'Morlaix': existencialismo francés

'Morlaix': existencialismo francés

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Este viernes 14 de marzo se estrena en cines de España Morlaix (2025), la nueva película de Jaime Rosales (Petra, La soledad) que se traslada a una Francia, en su mayor parte en blanco y negro, para tratar las reminiscencias del pasado en el presente inamovible y las espinosas incursiones del primer amor.

La joven Gwen (Aminthe Audiard) lidia con la reciente muerte de su madre en su pueblo Morlaix mientras pasa el tiempo con sus amigos y su novio Thomas. Cuando el parisino Jean-Luc (Samuel Kircher) se instala en la zona, parece surgir una conexión especial entre los jóvenes.

Por primera vez el reconocido autor Jaime Rosales se traslada a Francia, país del que se percibe una influencia mayor en su cine, para imprimir en la pantalla las inquietudes afectivas de una juventud a la deriva. Los personajes conversan largo y tendido a cerca de cuestiones en superficie baladíes, pero de gran calado existencial en una película tremendamente autoral que remite a la nouvelle vague y a Robert Bresson, tanto por su cuestión argumental como de puesta en escena. Si en su anterior Los girasoles silvestres el cineasta se adscribía a un modelo más convencional de desarrollo y escenificación, aquí se desvive por encontrar un tono más misterioso y personal, que por momentos se pasa de rosca en lo pretencioso, sin dejar de ser en su conjunto un interesantísimo ejercicio de estilo y fondo.

Morlaix cautiva de inicio, pero adquiere una profundidad mayor tras la escena del visionado en el cine, que posee una fuerza sobrecogedora por hacer visible la manera en que el cine o ─el arte─ es capaz de adaptarse a la subjetividad y convertirse en catarsis personal. Gwen contempla como en la película los personajes son los mismos que la rodean, incluida ella misma, y sus conflictos atienden a los existentes en la realidad. La proyección sobre la pantalla trasciende su sentido lineal para establecer un contacto directo entre el espectador y sus imágenes, convirtiéndose en una experiencia sin precedentes que actúa como espejo individual e intransferible de unas inquietudes personales. Esta tesis cobra mayor vigor cuando, en cierto momento, la acción se traslada sorpresiva y abruptamente al presente (muchos años después, la protagonista ya es adulta), para volver a enfrentar a Gwen a las imágenes de aquella película que, con el paso del tiempo, han adquirido otro significado. Algo así plasmaba Víctor Erice ─guardando las distancias─ en Cerrar los ojos (2023).

La película de Jaime Rosales trata con cierta melancolía el paso del tiempo y devenir vital sin llegar a ser un relato pesimista, y configura el concepto del cine como un medio vinculador con la realidad, siendo paradójico por su naturaleza ficticia. Su periplo francés resulta fructífero y reafirma su enorme autoría. Uno de los cineastas con más talento de nuestra cinematografía, que ha conseguido grabar a fuego en mi memoria esa significativa y ambigua escena del puente en blanco y negro.

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