3 Butacas de 5
Este viernes 31 de enero se estrena en cines de España La acompañante (2025), la ópera prima de Drew Hancock con la incipiente estrella femenina del terror Sophie Thatcher (Heretic, MaXXXine…) de protagonista, que entretiene con su efectiva trama y giros de guion al tiempo que se configura en los márgenes del estándar comercial con sus complacencias, histrionismos y superficialidad habituales.
Josh (Jack Quaid) e Iris (Sophie Thatcher) van a pasar un fin de semana idílico con sus amigos a la casa junto al lago del novio millonario de Kat (Megan Suri). Cuando el adinerado ruso (Rupert Friend) es asesinado todo se tuerce.
Somos lo peor. No puedo pensar en otra cosa viendo una película como La acompañante. Con el auge tecnológico nuestra capacidad destructiva, hasta ahora limitada a la subyugación de toda clase de entornos naturales y seres vivos, se ha visto sublimada por la nueva capacidad de dominar nuestras propias creaciones. Algo similar a lo que sucedía en Blade Runner (1982, Scott)─guardando considerablemente las distancias─ sucede en la de Hancock, pues una máquina diseñada para servir se cuestiona en el momento en que sale de su circuito de actuación, dando lugar a un juego del gato y el ratón en que la asignación de roles y motivaciones individuales constituyen el elemento de mayor interés del filme; sorpresivo e inteligente.
La acompañante presenta una evidente perspectiva feminista ─la escena final es la síntesis perfecta de su alegato─ sobre la cosificación y la reivindicación de una vida libre y digna, que se articula por debajo de la ya de por sí interesante reflexión sobre el desarrollo informático. Un análisis paralelo sobre la tecnología y la posición de la mujer: la robotización femenina. Pero estamos ante una película comercial de un gran estudio, por lo que el subtexto es más superficie que otra cosa, aunque resulta efectivo dentro de lo esperable. Por encima de todo el disfrute de una cinta expeditiva y divertida con momentos de violencia cruda y un humor liviano bastante certero, además de un ritmo constante amén de un final de tercer acto irregular.
No me sorprendería que dentro de poco se hiciese realidad el planteamiento de la película. Es algo así como una macabra evolución de las muñecas hinchables, un estadio moral aún más profundo sobre la sexualidad ─una ampliación del campo de batalla como diría Houellebecq─ que Hancock osa poner en escena sin dedicarse por completo a su reflexión por priorizar las dinámicas más ociosas de su producto de consumo. El centro de todo es un Jack Quaid (The Boys) ─bastante pasado de rosca─ que actúa en nombre de todos aquellos hombres trastocados por su celibato involuntario: la era incel da auténtico miedo. Nos vamos a la mierda.