4 Butacas de 5
Este viernes 24 de enero se estrena en cines de España Flow, un mundo que salvar (2024), la segunda película que el letón Gints Zilbalodis (Away) dirige, y que ha ganado el Globo de Oro al mejor filme de animación y apunta alto en los pronósticos de los Óscar.
Un gato despierta en un mundo sin humanos que cada vez está más cubierto de agua. A bordo de un bote busca sobrevivir a la catástrofe y lidiar con las diferencias entre los distintos animales para poder convivir en paz.
Trazar un argumento concreto no es tarea fácil para referirse a Flow, pues lejos de lo que este mismo año proponía Robot salvaje ─mucho más estructurada en su narrativa─, Zilbalodis concibe su historia como un viaje sin rumbo en el que sus personajes buscan sobrevivir sin unos objetivos claros. Esta particularidad puede que sea uno de los factores por los que la película decae un poco sobre todo en su tramo final, pero también funciona para establecer un tono diferenciado de otras producciones, que se pronuncia aún más por su carácter silente: los animales no hablan ni tienen comportamientos humanos como suele ser habitual en el cine de animación, sino que actúan de forma mucho más acorde a la vida real.
La dinámica puesta en escena rema a favor del sentido “a la deriva” de la película; un concepto que rima a la perfección con el incierto futuro que algunas tendencias actuales auspician, pues, igual que en cierta forma plasmó Miyazaki en 2008 con su fabulosa Ponyo en el acantilado, la del letón es una película sobre el ecologismo y el cambio climático, aunque no lo explicite en ningún momento ─ ¡pero si nadie habla! ─. Los humanos han desaparecido y, aunque no se sabe por qué, si se sabe que alguna vez estuvieron, pues existen edificaciones y estatuas que lo corroboran; vestigios perennes de una especie. Nuestra obra siempre nos sobrevivirá. Así que la convivencia de los animales de toda clase, únicos seres en el planeta, se vuelve de necesidad primaria para poder sobreponerse a la adversidad, por lo que asistimos a una experiencia similar ─sin ser del todo realista─ a vigilar desde la distancia las imágenes de una cámara de trampeo oculta.
La animación es deliciosa y la ternura que desprenden las interacciones entre especies supera con creces el artificio de otras películas más populares, haciendo latente que no todo el buen cine de animación procede de las grandes productoras. Una cinta preciosa sobre la amistad, la convivencia y el devenir del mundo, que se vuelve aún más única por su elenco animal y su tono realista sin diálogo, a pesar de sus altibajos narrativos. Es como si eliminásemos a Suraj Sharma del bote de La vida de Pi (2012, Ang Lee) e introdujésemos a esos animales en el universo del fantástico cortometraje de Kunio Katô La maison en petits cubes (2008). Una propuesta más que interesante.