2 Butacas de 5
“El pasado nunca está muerto. Ni siquiera es pasado”.
Con esta oración del premio nobel estadounidense William Faulkner arranca la nueva película de terror de los productores de Déjame salir y Nosotros. Y en un principio parece que estamos ante una película del mismo nivel gracias a un poderosísimo plano secuencia de varios minutos que infunde un terror y mal rollo comparable al de los mejores momentos de la última cinta de Jordan Peele. Acompañado de la estupenda fotografía y banda sonora de Leo Birenberg, el portentoso inicio recorre una plantación de algodón de Luisiana augurando lo que parece una de las películas del año.
Hablar sin spoilers de Antebellum es algo complicado, pues toda ella gira en torno a un único giro de guion. En líneas generales la película sigue a Verónica, una socióloga y escritora de éxito gracias a su divulgación acerca de los derechos civiles y la cultura afroamericana, que queda atrapada en una terrorífica realidad cuyo misterio tendrá que desentrañar.
Pese a que no aparezca en los créditos, en las primeras -y espectaculares- secuencias del filme parece que el director de Us ha vuelto tras las cámaras para volver a explotarnos la cabeza con otra de sus historias. Sin embargo, se trata del debut de Gerard Bush y Christopher Renz, uno cargado de fuerza visual a la hora de retratar la violencia de una manera salvaje, pese a resultar un tanto implícita. No obstante, poco tarda la película en convertirse en una excusa vacía para conectar el drama de época con la era contemporánea.
Vendida como película de terror, el filme fracasa estrepitosamente en este género, ya que desde su inicio no hay ninguna secuencia digna de mención más allá de un guiño -o copia- a una escena de El resplandor a mitad de película. No es que no dé miedo, es que ni siquiera lo intenta. El thriller tampoco es llevado de ningún modo, simplemente la historia se limita a seguir a los personajes en una puesta en escena monótona, sin intriga alguna. Ni siquiera los giros del guion, por aparentemente locos que parezcan, son capaces de mantener al espectador mínimamente intrigado en lo que está sucediendo en la película.
Se trata de una cinta blanca, sin sello alguno; en la que la supuesta descolocación inicial no hace otra cosa que empeorar la situación. Posee un guion que lastra por completo lo que podría ser una película de las películas más interesantes del año para acabar siendo un drama de personajes completamente desdibujados y vacíos con el único propósito de establecer conexión entre la actualidad y uno de los acontecimientos más oscuros de la historia de Norteamérica.
No es más que un filme cuya única misión parece ser el adoctrinamiento del espectador mediante una crítica simplista y cliché que se dedica a abrir heridas en lugar de ayudar a cicatrizarlas. Tampoco se puede sostener como crítica a los actuales movimientos racistas emergentes pese a que la película se esfuerce en ello porque, dijera lo que dijera Faulker, el pasado no está muerto, pero sí es pasado.