3 Butacas de 5
Los nuevos mutantes tiene una de las historias de fondo más peculiares de los últimos tiempos: esfuerzos por cambiar el tono del filme, retrasos tan longevos que impidieron una serie de reshoots largamente rumoreados y el ser la última pieza de una franquicia mutante que aspiraba a crecer hasta que Fox pasó a manos de Disney, lo que desató especulaciones sobre una posible incorporación a la línea del MCU. Después de tantas complicaciones, uno no puede más que preguntarse, ¿valió la pena la espera?
En una industria sobresaturada de adaptaciones de comics, Josh Boone se olvida de los grandes enfrentamientos entre héroes y villanos para darnos una historia mucho más íntima sobre un grupo de adolescentes recluidos en una misteriosa institución donde son tratados para que aprendan a controlar sus habilidades. Esto hace que no sea una película de superhéroes, sino un refrescante coming-of-age en el que los protagonistas no sólo deben lidiar con las dudas propias de su transición a la edad adulta, sino con las primeras manifestaciones de sus poderes que han resultado en un tortuoso pasado.
Esto abre paso a numerosas alusiones sociales en torno a la aceptación individual en distintos aspectos de la vida: desde la culpa por errores cometidos en el pasado hasta el miedo al rechazo. El más importante es el caso de Wolfsbane, cuyas inquietudes en torno a su sexualidad la convierten en el primer personaje abiertamente gay en este tipo de películas, lo que representa un paso fundamental para un subgénero que goza de gran popularidad desde hace dos décadas y que, si bien ha realizado grandes esfuerzos por acercarse al material fuente con la exploración de temas de impacto social, siempre ha batallado por abordar estos temas a pesar de su enorme relevancia. Resulta especialmente gratificante que este salto en la evolución sea dado por los mutantes, cuyos cómics siempre han servido como metáforas para representar la intolerancia que padecen los distintos grupos de la población.
Las inseguridades no sólo sirven para la construcción de los personajes, sino como base para el conflicto central del filme al desembocar en un escenario de auténtica pesadilla, cuando el quinteto debe encarar sus peores temores para iniciar una transición al cine de terror. Una buena idea, pero mal ejecutada que representa el inicio de muchos problemas.
El esfuerzo por entregar una historia sustentada en el miedo hace que la película caiga en numerosos clichés, ya que Josh Boone intenta apoyarse en el gótico con el simple uso de habitaciones oscuras, pasillos angostos y luces parpadeantes, con lo que plasma la situación del grupo titular, pero nunca transmite las sensaciones claustrofóbicas que busca. A esto sumemos que las bases de la trama han sido repetidas por muchos otros títulos, lo que resulta en una historia predecible y cuya lectura es todavía más sencilla si se tiene un conocimiento básico de los personajes impresos.
Esto último podría ser distinto si el guion profundizara más en los traumas de los distintos personajes, que se conforma con una exploración meramente superficial, desaprovechando así las cualidades de actores como Anya-Taylor Joy, Maisie Williams, Charlie Heaton y Henry Zaga, quienes realizan un buen trabajo a pesar de las limitantes en las bases. No es el caso de Blu Hunt, quien es incapaz de cargar con el proyecto sobre sus hombros cuando su Danielle Moonstar es la piedra angular de la historia, lo que atenta contra la labor de sus compañeros y resulta en un importante distractor durante toda la película.
Todo esto resulta en una serie de altibajos, pero nada tan grave como el saber que Los nuevos mutantes estrena sin aspirar a mucho, pues lejos de conformarse con referencias, sus pilares se sustentan sobre las bases de la franquicia X construida por Fox en los últimos años. Queda claro que los cimientos aún podrían ser rescatados por Disney/Marvel para una potencial incorporación al MCU, lo que no evita las dudas sobre el rumbo que pudo tomar el grupo y la trama central de haber continuado por un camino que se veía delineado con claridad. Al final poco importa si la espera valió la pena, pues más allá de los aciertos y errores, sólo queda la sensación agridulce ante la certeza casi absoluta de que el proyecto está condenado desde el inicio.