Valoración: 4 Butacas sobre 5
Sin duda, los aficionados al cine asiático, y más concretamente al cine coreano, estamos de enhorabuena. Como cada año, el maestro Hong Sang-soo vuelve a nuestras pantallas. Y lo hace después de cautivarnos con la maravillosa En la playa sola de noche y tras demostrar que se puede improvisar una película y salir más que bien parado con la peculiar La cámara de Claire, ambas presentes en la cartelera de nuestro país el pasado 2018.
En esta ocasión, tras haber triunfado en la pasada edición del festival de Gijón, donde obtuvo el galardón de mejor película, mejor guion y mejor actor (Ki Joo-Bong), y haber recibido el premio a mejor actor en Locarno, llega a nuestros cines El hotel a orillas del río, un film poético, cotidiano, contemplativo y libre como sólo el cineasta nacido en Seúl podría ofrecernos. En esta historia, Sang-soo decide dividir la película en dos historias, distintas y complementarias, para hablar de la vida y la muerte, de ese abismo, tan grande pero en realidad tan pequeño, que separa a ambas; de la soledad compartida; de los lazos familiares que nacen y se hacen a lo largo de nuestra existencia y de cómo arte y naturaleza, vanguardia y tradición pueden convivir a la perfección. Para ello, el director de Lo tuyo y tú emplea una diversidad de recursos que refuerza (aunque a veces parezca lo contrario) esa condición de cotidianidad que exhala todo el conjunto. Así pues, el laureado cineasta coreano utiliza el zoom de una manera que funciona en plenitud, adaptándolo e integrándolo a su discurso. Asimismo, tenemos recurrentes paneados de cámara para intercalar y combinar personajes en las múltiples y naturales conversaciones que entablan los miembros de las dos familias monoparentales que protagonizan el film y una voz en off que evidencia el ingenio que caracteriza a Sang-soo, mostrando muchas imágenes que no corresponden a los diálogos que se escuchan, acaecidos en lugares y tiempos ajenos a la acción que se ve. Todo esto con un elegante blanco y negro presente en toda la cinta que embellece y engrandece una historia simple, pequeña, que abarca toda una vida.
Y es que si hay algo que caracteriza al cine de Hong Sang-soo es su capacidad de hacer algo grande de algo pequeño, o algo pequeño de algo grande en su pericia a la hora de sintetizar temas tan trascendentales como los comentados en pequeñas cápsulas, en pocos personajes (aquí tenemos no más de cinco protagonistas), en pocos espacios (la mayor parte de la acción se sitúa en el hotel que da nombre a la cinta). Y todo desde la naturalidad más honesta, sin estridencia rimbombante alguna, ni en forma ni en fondo, haciendo de la película que nos ocupa un ejercicio de cercanía con el espectador, que verá pasar ágilmente sus 96 minutos pese al tempo parsimonioso del conjunto. Esto ocurre gracias a unos diálogos tan intensos como universales, a unos personajes con los que el respetable, a buen seguro, empatizará y a una poesía tan presente en la trama como en el halo que envuelve toda la obra. Definitivamente, el maestro coreano ha vuelto.