3´5 Butacas de 5
Todo el primer acto de Mi vida con Amanda es capaz de resumir de forma sencilla y bella la simple cotidianidad de la vida: un joven que a sus 24 años se encuentra compaginando empleos, una madre que cría sola a su pequeña de 7 años y personas que llegan a la ciudad en busca de nuevas oportunidades. El retrato del devenir tranquilo de los acontecimientos de los personajes hace que el espectador quede fascinado por lo sencillo que puede parecer retratar algo tan complejo como toda una vida.
Pero la película de Mikhaël Hers no se queda en eso, sino que bajo un giro chocante con todo lo anterior, la película se convierte en una cinta sobre el duelo y cómo las personas se enfrentan a la muerte de un ser querido, especialmente las jóvenes. Y más especialmente los niños, como es el caso de Amanda. El retrato de algo tan triste como perder a una madre es acentuado por el protagonismo de una pequeña que no es capaz de exteriorizar todo lo que siente y, con una actuación contenida, rompe el corazón ver cómo alguien que debería estar viendo los dibujos animados y jugando en el parque se encuentra afrontando uno de los hechos más tristes de nuestra existencia.
Eso sí, la película posee una belleza y delicadeza que le hacen ganarse una identidad propia, alejada del “cine de sufrimiento”. En el relato de Amanda hay luto, pero también hay momentos para la esperanza. Como la vida misma.