Valoración: 2´5 Butacas sobre 5
¿Es justo tener que valorar una película en oposición a otra? Seguramente no, pero desde el mismo instante en que se anunció que Playmobil iba a tener su propio largometraje las comparaciones con La Lego película se hicieron inevitables. ¿Y qué implica eso para el debut como director de Dino DiSalvo (responsable de la animación de éxitos de la talla de Frozen)?
Pues nada bueno.
El gran fracaso de Playmobil es que sus creadores no han entendido a qué público se estaban dirigiendo. Porque sí, de acuerdo, estas figuras siguen siendo una de las líneas de juguetes más exitosas del mundo, y es perfectamente razonable asumir que muchos niños van a querer ir a verla al cine. El problema es que la película no ofrece ningún aliciente a los adultos que van a acompañarlos más allá de una expectativa de nostalgia que se desvanece en cuanto el film arranca. Esa maravillosa sensación de familiaridad que te acompaña en La Lego película o en la saga de Toy Story aquí no aflora salvo en un par de escenas contadas.
Las razones que explican esa desconexión emocional son numerosas. Para empezar, hasta el espectador menos avispado puede predecir toda la historia a partir de los primeros diez minutos, y el conflicto entre los hermanos protagonistas (los únicos dos personajes con un arco de desarrollo, por chapucero que este sea) no encaja nada con el tono de la película: especialmente vergonzosa resulta una secuencia inicial que se excede en todos los sentidos, desde su duración hasta un uso del melodrama más propio de un producto televisivo de sobremesa. Lo que en La Lego película es el giro final, aquí es la premisa. Y no, no funciona. Al menos si está tan mal escrita.
Hablando de los personajes, parte del encanto de La Lego película consistía en contar con cameos de toda clase de iconos de la cultura popular. Es cierto que Playmobil no posee el potencial de las franquicias de Warner, pero eso no disculpa el que absolutamente todos los secundarios parezcan estereotipos fabricados en serie sin personalidad ni interés. Por supuesto, no esperemos nada parecido a referencias intertextuales o humor meta más allá del denostable Rex Dasher, una especie de refrito entre James Bond y Kingsman que satura desde su primera aparición.
Por último, lo que termina de distanciar a ambas competidoras es la animación. Y no porque la de Playmobil sea de mala calidad, ni mucho menos: la diferencia consiste en que, mientras que cada pieza de Lego parece 100% real (con detalles como los excesos de plástico en los bordes o las huellas dactilares del niños protagonista impresas sobre las figuras), los playmobils están tan estilizados que no resultan creíbles. Irónicamente, tratar de alejarse de la artificialidad del plástico ha producido el efecto contrario.
En conclusión, Playmobil: la película es en esencia una versión fallida de La Lego película: por momentos logra ser el entretenimiento para todos los públicos que aspira a ser, pero el resto del tiempo se queda en un anuncio largo, caro y sin alma. Una Anya Taylor-Joy que hace lo que puede con su personaje, alguna canción pegadiza y una animación de gran factura técnica (aunque conceptualmente desacertada) son sus mejores bazas para salvarse del desastre.