3´5 Butacas de 5
Estamos tan acostumbrados a que Pixar convierta en oro todo lo que toca que el estudio se ha convertido en víctima de las expectativas. Porque no, no se puede decir que ninguna de sus películas sea mala (ni siquiera Cars 2, acusada casi desde su anuncio de tener aspiraciones más mercadotécnicas que artísticas), pero cuando una de ellas no logra la emotividad de Toy Story 3, la audacia narrativa de Wall-E o la originalidad de Del Revés, la sensación que deja siempre es más agria que dulce.
Con Onward pasará lo que pasó en su día con El viaje de Arlo: es una cinta entretenida, con diseños tan fantásticos como uno podría esperar y varios momentos de brillantez visual, pero que no deja poso. La historia, convencional y sin demasiadas pretensiones, sirve su propósito sin reinventar nada. Su tercer acto es emotivo, de acuerdo, pero de una emotividad impostada que ya se ve venir desde el principio simplemente con conocer la sinopsis. Desde el punto de vista narrativo, eso sí, se salva gracias a un pequeño giro final que, emulando a un reciente éxito de Disney que no mencionaré por evitar spoilers, tira por tierra el desenlace más previsible. A quien le funcione esa vuelta de tuerca, le funcionará la película pese a todas sus carencias de guion.
Al margen de esa linealidad, Onward nos deja bastantes detalles dignos de elogio. Es de agradecer ante todo que la madre de los protagonistas tenga un papel activo en la trama, en lugar de quedar relegada al segundo o tercer plano que le habría correspondido hace apenas un par de décadas. Este hecho (así como el progresivo cambio en el trato que recibe su novio, un personaje realista que escapa del tópico del padrastro/madrastra malvado/a) constata un esfuerzo reflejar modelos de familia contemporáneos. Algo, por otra parte, muy en sintonía con el tono de la película, en la que los elementos fantásticos se integran en una ambientación moderna.
Resulta inevitable la comparación con productos como Bright (2017), aunque el universo de Onward es más consistente que el del proyecto protagonizado por Will Smith debido a que nunca abandona la relativa comodidad del cine para todos los públicos y puede evitar cuestiones más peliagudas. En esa febril amalgama de razas mágicas que conviven con unicornios ladrones de basura no hay ni siquiera un amago de comentario social, sino que todo es lúdico e inocente. Que el motor del argumento sea precisamente una carta de amor a los juegos de rol tipo Mazmorras y dragones da fe de ese espíritu aventurero, aunque se echa en falta algo más de profundidad (o incluso de guiños a lo Rompe Ralph) que permita una conexión real con este material.
En definitiva, Onward es una película impecable en todos los apartados técnicos y que cumple bien como entretenimiento ligero para todos los públicos, pero su falta de ambición le impide brillar. No es una obra maestra pero tampoco busca serlo, y en esa honestidad radica gran parte de su valor. A la espera de la próxima joya de Pixar, este es un viaje que vale la pena recorrer, aunque sea una vez.