3´5 Butacas de 5
En la pasada edición del Festival de San Sebastián el cine guatemalteco adquirió un protagonismo inaudito. Jayro Bustamante, que debutara con la reconocida Ixcanul, presentó dos películas sólidas y sugerentes: Temblores y La llorona. Según el propio director, ambas reflejan vergüenzas de su país (la persecución de la homosexualidad y la impunidad de los crímenes de guerra, respectivamente). El tercer vértice del triángulo fue Nuestras madres, debut en la dirección de César Díaz que venía avalada nada menos que por la Cámara de Oro a la mejor ópera prima en la última edición de Cannes.
Nuestras madres nos sitúa en la Guatemala del año 2013. El país centroamericano vive pendiente del juicio a los oficiales militares que comenzaron la guerra civil. Los testimonios de las víctimas siguen llegando. Ernesto (Armando Espitia), un joven antropólogo de la Fundación Forense, identifica a las personas que han desaparecido. Un día, a través de la historia de una anciana, Ernesto cree que ha encontrado una pista que le permitirá encontrar a su padre, un guerrillero que desapareció durante la guerra.
A través de este viaje personal, la película muestra una contundente mirada a la sociedad de Guatemala, más concretamente a los miles de personas que siguen desaparecidas en el país centroamericano desde la dictadura militar. Y a sus familias, desamparadas pero luchando con dignidad todavía hoy. Nuestras madres es un filme sencillo pero muy honesto, que se propone relatar una historia de (re)descubrimiento familiar sin excesivos aspavientos. A destacar la enorme sensibilidad de la actriz Emma Dib, que interpreta a la madre de Ernesto.
Tratándose de una película de tan corta duración y de tan enorme sobriedad (desde un punto de vista formal y también narrativo), Nuestras madres encuentra sus fortalezas al acercarse con pulcritud a un tema tan complejo y, especialmente, en sus dos interpretaciones protagonistas. No es una película memorable, pero quizá su mayor cualidad está en no pretender serlo.