4 Butacas de 5
Describir la obra de Terrence Malick probablemente lleve a más de uno a tirarse de los pelos, y es que ¿cómo se describe algo que apela tanto al corazón y los sentimientos? Su cine podría estar próximo a la poesía, ya no solo por la belleza, sino por la forma. La sutileza de sus imágenes siempre ha traspasado la pantalla y, pese a ser criticado por obras “menores” como lo fueron las últimas, no por ello dejan de ser interesantes. Ahora, tras pasar meses revoloteando entre festival y festival -con una acogida más que positiva en Cannes- llega a nuestras pantallas Vida Oculta.
Con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo la cinta introduce al espectador en las montañas de Austria para seguir a un matrimonio de campesinos que será separado tras su negativa a prestar juramento a Hitler. A partir de aquí, como es habitual en su cine, Malick comienza a plantear las mismas cuestiones a los espectadores que a sus protagonistas. ¿Es siempre la fe inquebrantable? ¿Se debe renunciar a los principios? Apoyado en las voces en off y la fotografía va desarrollando todas estas cuestiones, haciendo partícipes a los espectadores.
Y como en todo cine contemplativo y pausado, la fotografía es prodigiosa. Imágenes que traspasan la pantalla surgen en cascada -nunca mejor dicho- para el deleite del espectador. Se apoya en ellas y no es necesario decir nada para expresar la complejidad de las situaciones. Y evidentemente emocionan, porque pocos inicios de películas resultan tan cautivadores, emotivos y complejos como el de A Hidden Life. El amor de un hombre por su mujer y sus hijos descrito a través de escenas cotidianas con la música de James Newton Howard de fondo resulta enternecedor y fascinante. Todas las escenas de granja y campos, que recuerdan en cierto modo a Días de cielo, funcionan para llenar el corazón del espectador y cuando los males acechen, apuñalarle.
Es una película gigante al mismo tiempo que intimista, en la que quizás su desarrollo se vuelve excesivo y reiterativo, especialmente a partir de las dos horas. Pero estoy seguro de que a los fanáticos del director les importará más bien poco. Si algo gusta, ¿qué importa verlo tres veces? Quizás se hubiese beneficiado de una mayor agilidad, pero probablemente perdiera poso dramático; eso lo tendrá que juzgar cada uno. Se sale agotado de ella, pero con una sonrisa. Es una experiencia trascendental, que roza lo filosófico en el desglose de sentimientos y sensaciones. Usa de forma magistral conceptos interesantes como el contraste entre el idilio en las montañas y el sufrimiento carcelario; la siega del trigo frente a las palizas.
Con todo, las reminiscencias a sus anteriores trabajos están ahí, desde lo formal hasta lo espiritual. Posee dos interpretaciones soberbias que expresan con miradas el sufrimiento de un amor truncado por circunstancias ajenas. La tristeza de esa familia se traslada al espectador con fuerza desgarradora y, si bien no termina de ser su mejor película, quizás sea la más triste.