3´5 Butacas de 5
Que la animación japonesa está viviendo una nueva época dorada no es algo que se nos escape. 2020 nos tiene preparados grandes trabajos y comienza con el del director Ayumu Watanabe, que nos presenta Los niños del mar. Se trata de la adaptación del premiado manga homónimo, galardonado con el Premio a la excelencia en el Japan Media Arts Festival de 2009. Watanabe se enfrentaba al reto de conseguir estar a la altura de las expectativas en la adaptación de uno de los mangas más importantes de los últimos años y los consigue con solvencia.
Ruka es una adolescente con problemas de socialización en la escuela y cuyos padres acaban de separarse. Su padre trabaja en el acuario local, por lo que ella se siente completamente vinculada a las especies marinas. Sin embargo, un día descubrirá una criatura que nunca antes había visto, un extraño muchacho llamado Umi (“mar”). Ruka se hará amiga del muchacho y de su hermano Sora (“cielo”). Ambos fueron criados por una familia de dugongos en el mar y están siendo investigados por los científicos del acuario. Cuando los intereses de estos dos niños del mar y los de los trabajadores del acuario choquen, Ruka deberá decidir a quién prestará su apoyo.
Es Los niños del mar un hermoso retrato de la estrecha relación del país del sol naciente con el océano que le rodea. En un choque directo entre ciencia y folklore, Ayumu Watanabe nos cuenta la historia del mundo escrita en las profundidades marinas a través de los tres jóvenes, protagonistas de ese Big Bang visual que suponen los veinte últimos minutos de metraje.
Con un dibujo minucioso, trazo grueso en los primeros planos y unos paisajes y planos generales, que ya me gustaría tener colgados en el salón de casa, Ayumu Watanabe apuesta por una dirección audaz, pero, sin duda, efectiva. Sin embargo, esta indudable belleza visual es quizás el problema del final de Los niños del mar, donde se sacrifica la lógica del relato para abandonarse al disfrute visual que puede hacer que el espectador se pierda en el transcurso de los acontecimientos.
No obstante, esta pérdida de la línea argumental encaja perfectamente en el mensaje que se quiere lanzar: La naturaleza no puede ser completamente dominada por el ser humano y, aunque queramos negarlo, hay misterios que se escapan a nuestra comprensión como seres finitos.