4´5 Butacas de 5
Hay gente a la que el miedo a sobrepasar los límites del humor les lleva a cerrarse por completo a ciertos productos. Si este es tu caso, entonces es más que probable que una comedia sobre un pequeño nazi que tiene a Adolf Hitler por amigo imaginario hiciese sonar todas tus alarmas. No hay nada malo en ello: a fin de cuentas, nadie puede pasarse 24 horas al día delante de una pantalla de cine, y todos tenemos un criterio propio a la hora de decidir a qué títulos vamos a dedicarles nuestro tiempo.
Lo que sí es preocupante es leer a críticos profesionales (que, se supone, han visto la película) ensañarse con Jojo Rabbit aludiendo a la supuesta falta de sensibilidad de su director, Taika Waititi. La broma es buena: un montón de señores blancos cristianos arremetiendo contra un neozelandés de ascendencia polinesia y judía por no estar lo bastante concienciado. Y ya no es solo la falsa superioridad moral que desprenden esta clase de comentarios. Es que resulta que hay un montón de profesionales cobrando por hablar mal de una película que, o no han visto, o no han entendido en absoluto. Profesionales que, imagino, habrían dilapidado a Chaplin y a Mel Brooks si El gran dictador (1940) y Los Productores (1967) se hubiesen estrenado hoy.
Que Jojo Rabbit comience con una versión en alemán de I wanna hold your hand mientras se nos muestra una grabación de ciudadanos del Reich aclamando a Hitler como si de una estrella del pop se tratase ya debería dar alguna pista sobre el agudísimo carácter satírico de la cinta. Pero Waititi no trivializa en ningún momento la gravedad de los acontecimientos históricos que representa, al revés: desenmascara sus absurdeces sin dejar de alertar sobre el peligro de la inacción, de ser cómplices silenciosos. No es necesario que se explicite el horror de los campos de concentración para lograr la empatía del espectador, como algunos críticos parecen demandar: por cada gag de humor absurdo (muchos rozan el slapstick), hay una réplica en forma de puro drama personal. Por cada risa que nos regala, se exige luego una lágrima.
La genialidad y el auténtico mérito de Waititi residen en haber logrado un equilibrio emocional tan improbable como perfecto, de tal forma que uno puede salir del cine con el corazón roto y aun así estar convencido de haber visto una comedia. Incluso si no congenias con el humor que caracteriza al director (pongamos Lo que hacemos en las sombras como ejemplo paradigmático), Jojo Rabbit ofrece mucho más que una colección de chistes enlatados: en sus continuas paradojas se esconde una oda al carácter humano que puede disfrutarse sin haber hecho una sola vez el amago de sonreír.
Para terminar de rematar la osada propuesta de Waititi, tanto la fotografía como el diseño de producción y la música son sensacionales, y todo el elenco está maravilloso (destacando sobre todo a una Scarlett Johansson que derrocha carisma y al propio Waititi, hilarante en su papel de Hitler). Se trata, en definitiva, de una película sobresaliente a todos los niveles a la que hay que reconocerle además una valentía y originalidad impropias de una cinta firmada por un gran estudio.