2 Butacas de 5
La saga de Ju-on (La Maldición) es sin duda uno de los exponentes más míticos de esa ola de cine de terror japonés que arrasó Occidente entre finales de los noventa y principios de los 2000; por desgracia, y como sucediera también con otros clásicos del J-Horror como The Ring o Dark Water, La Maldición fue también una de las pioneras en padecer la obsesión de Hollywood por exprimir estos títulos a base de remakes y secuelas de muy dudosa calidad. Pese a este precedente tan poco halagüeño, no pocos fans conservan todavía un atisbo de esperanza de que, cumplidas ya dos décadas desde el estreno de la ópera prima de Takashi Shimizu, América haya aprendido la lección y logre (¡por fin!) hacerle justicia a la original para celebrar su aniversario como es debido.
Si eres uno de esos fans, quédate con el consuelo de que la esperanza es una cualidad humana muy admirable y de que el mundo sería mucho más bonito si se llenase de gente como tú. Pero no. Ya no es solo que esta pseudosecuela-remake encubierto de La Maldición no esté a la altura de la primera: es que es una de las peores entregas de una saga ya de por sí bastante irregular. Y lo es por muchos motivos, empezando precisamente por esa indecisión terminológica: el planteamiento inicial de la película hace de ella una secuela, pero el continuo calco de varias de las escenas más conocidas de Ju-on no cuela como mero homenaje.
Lo que hace de esto un grave problema es que, a diferencia de ejemplos recientes de una táctica de adaptación similar como son La cosa (2011) o Posesión Infernal (2013), La Maldición no aporta nada: solo depreda. Todas las imágenes del film con un mínimo de magnetismo son en realidad un pastiche de algo que ya existía, porque ninguna de sus propuestas visuales (si es que hay alguna) perdura en la retina. Y claro: a estas alturas lo de la mano en la ducha y la cabellera de Kayako en la bañera ya no sorprende (¿cómo iba a hacerlo, después de veinte años en los que esas escenas han figurado hasta en pósteres de la saga?), así que a la película le cuesta trabajo incluso algo tan elemental para el género como es generar tensión.
Por si esto fuera poco, La Maldición es también un desastre narrativo al que le pasa factura su empeño por fragmentarse en varias tramas cuyo final ya nos han contado en los primeros minutos. A excepción de la secuencia inicial y de lo que ocurre con la inspectora Muldoon (la única cuyos padecimientos no se cuentan en forma de flashback), es casi imposible empatizar con ninguno de los personajes. La opresiva atmósfera de la casa genera algunos momentos reivindicables, pero en general todo es demasiado explícito y expositivo como para llegar a sentir un atisbo del impacto que causaron en su día los pioneros del J-Horror.
Mi consejo en estos casos es siempre el mismo: si te encanta este tipo de cine, ve a verla y juzga por ti mismo… pero hazlo poniéndote en lo peor, por si acaso. Al fin y al cabo, la esperanza es lo último que se pierde. Incluso en las casas malditas.