3 Butacas sobre 5
Hubo una época en la que Valencia estaba en la cúspide. Fórmula 1, visita del Papa, excelente acogida turística, hasta que la burbuja de la corrupción estalló en manos de los que regentaban la Comunidad Valenciana.
Que la tierra de las fallas y la paella sea la protagonista contextual de El Silencio del Pantano, ópera prima de Marc Vigil, no es casual, ya que los lodos de la corrupción política, urbanística, y moral, se perfilan en los intérpretes de este thriller de novela negra en la que nada es lo que parece, y solamente un asesino parece capaz de sacar partido a la situación.
Lo mejor de la película son sus personajes. Protagonizada por Pedro Alonso, quien se quita la bata de Berlín en La Casa de Papel para mostrarnos un rol frío, serio y únicamente capaz de sentir empatía personal con él mismo cuando saca su lado más oscuro. Los secundarios, especialmente Nacho Fresneda, están formidables. El actor no solamente brilla por su transformación física y mental, es realmente el mejor de la película, ya que el espectador sentirá empatía con él además de regalarnos algunas escenas tan crueles como violentas.
Adaptar una novela literaria no es trabajo fácil sobre todo cuando se trata de retratar los instintos asesinos de una persona y de una atmósfera que juega constantemente con la realidad y la ficción. Es en esto último en lo que la película se muestra más floja ya que la sorpresa e interés del largometraje decae a mitad del desarrollo, confundiendo y sin vistas de ofrecer algo nuevo.
A nivel técnico Marc Vigil tiene mucho que ofrecer. No solamente en cuanto a los usos de planos, el encuadre sino también a la fotografía, hablando por si sola en algunos transcursos del trabajo.
En conclusión, El Silencio del Pantano es una película que no deja lugar para las sorpresas y que cumple con el género en el que está enmarcada, potenciada eso sí por el trabajo de sus personajes.