4 Butacas sobre 5
Clint Eastwood es un genio. No creo que nadie pueda argumentar lo contrario. Que un hombre prácticamente nonagenario se mantenga estrenando películas año a año -en España ni siquiera existe la diferencia de los 12 meses, si no me equivoco- y manteniendo un nivel cualitativo más que decente es digno de elogio. Quizás ya no tenga el mismo impacto y novedad que otros directores, pero el hombre sigue peleando.
Hace menos de un año se estrenó Mula, notable cinta en la que el propio Eastwood encarnaba a un mulero, un traficante de drogas que recorría los Estados Unidos de un sitio a otro con el fin de ganarse, más que unos dólares, la redención. Richard Jewell se aleja de ella, aunque no tanto de las últimas películas que nos ha regalado. La trama sigue los pasos del hombre que da título al film, un guardia de seguridad que, tras evitar una catástrofe terrorista durante los Juegos Olímpicos, se convierte en el centro de atención de todos los ciudadanos norteamericanos.
Ya mencionaba antes que la película no se alejaba tanto de la filmografía de sus últimos años, ya que si la repasamos podemos darnos cuenta de que últimamente ha contado las historias de hombres simples que se convierten en héroes de forma repentina. Sin embargo a la que más se acerca es a Sully, probablemente su última gran obra. Al igual que en aquella, pese a la inicial heroicidad del protagonista, este se pone en el punto de mira de las investigaciones y comienza a construirse una historia de sospecha sobre ídolo incipiente. Y ahí es donde Clint Eastwood entra.
Son muchos elementos los que convierten a Richard Jewell en una buena película, pero particularmente resulta bestial la crítica que hace al periodismo en particular y los medios de comunicación en general. Polémicas (absurdas, por cierto) a parte, Olivia Wilde encarna a una arpía de la información descarada y salvaje, capaz de hacer lo que sea, ya no solo por una exclusiva, sino incluso para publicar incluso falsedades. A través de todos sus gestos y acciones se enriquece más y más una película que, sin ella, no sería lo mismo. Además de parecer una Luna nueva moderna por momentos, el otro gran eje sobre el que orbita el film es, como es lógico, el personaje de Richard Jewell. Eastwood nos permite conocerle años antes de todo lo que acontece en el nudo de la cinta, lo que nos facilita ver hasta que punto puede llegar la desconfianza y rencor de los seres humanos, todo ello enfatizado en el personaje de Jon Hamm.
Por contrapunto, está Richard, un hombre bueno que lucha por lo que le parece justo, por hacer todo lo mejor que pueda pese a las dificultades que aparezcan en su camino. Es un hombre cotidiano que de repente se ve convertido en héroe. Resulta fascinante su actitud férrea pese a lo mal que pueda llegar a pasarlo.
La simpleza formal es lo que permite a Richard Jewell fluir a la perfección. Clint Eastwood sabe contar una gran historia con los recursos necesarios para no caer en trampas ni tópicos, para no ser exagerado. Es una cinta pulcra que se apoya en maravillosas interpretaciones de su cuarteto protagonista para contar una historia y que los propios espectadores reflexionemos sobre ella. Quizás no sea la gran obra maestra con la que esperamos que se despida Clint, pero en su búsqueda llevamos una serie de películas excelentes y, si finalmente no llega, Richard Jewell quedará como una de sus últimas grandes obras.