Sam Peckinpah: Celebrando el centenario con su peor trabajo

Sam Peckinpah: Celebrando el centenario con su peor trabajo

En este 2025 estamos celebrando el centenario de muchos hitos del cine y entre ellos el nacimiento de Sam Peckinpah. Este director californiano cambió el séptimo arte y dejó una huella imborrable gracias a obras maestras como “Grupo Salvaje“, “Quiero la cabeza de Alfredo García” o “La Cruz de Hierro“, sin embargo, también tuvo malas películas o películas muy menores (como quieran categorizarlas). 

En los pocos homenajes que se le han ido haciendo estos meses todo el mundo defiende la revisitación de sus mejores cintas pero…. ¿Y las peores? Incluso de las peores historias se puede aprender mucho y por muy malas que sean estas películas, el espectador puede pasar un rato agradable frente al televisor. Por eso, desde aquí, vamos a defender el gran fracaso de Peckinpah: “Los aristócratas del crimen” (1975). Es verdad que algunos consideran su primera película “Compañeros mortales” (1961) como la peor, pero seamos sinceros, siendo su ópera prima, no se le puede juzgar como al resto de su filmografía, así que volvamos nuestra mirada a la “aristocracia”.

La undécima película de nuestro homenajeado cuenta con uno de los mejores repartos dentro de su filmografía, nada más y nada menos que James Caan, Robert Duvall y Burt Young. Un trío envidiable. Pero no fue suficiente para reflotar una película que tuvo problemas desde el principio.

La historia versa sobre una organización al margen de la ley, la cual nos dan a entender que son una sucursal de la CIA, FBI o NSA, que hacen los trabajitos que oficialmente no pueden hacer estas. Dicha organización ha sido traicionada desde dentro. Lo que podría ser una película de venganza cambia a los veinte minutos y se convierte, inexplicablemente, en una película de artes marciales. Y aquí está el problema.

Piense el lector que en los setenta se estaban popularizando las películas de karate. No solo las que llegaban de Hong Kong, sino que el mismísimo Hollywood se estaba empeñando en rodar sus propias cintas (ahí la popularidad de Bruce Lee). Así que los productores querían subirse al carro de lo popular. Y en esto nos encontramos con Sam.

El guion de esta película era muy distinto del resultado final. En un principio el thriller no tenía tanta carga de “orientalismo” pero los productores lo impusieron. En realidad, en la novela no hay ningún asiático, sino que el objetivo es un líder africano. Así que Peckinpah, ni corto ni perezoso pensó que, si quería un “sándwich Club”, imposible de que saliera bien, iba a reírse de la película y lo transformó en una comedia. Una parodia de las decenas de películas que, como la suya, metían con calzador las artes marciales en un thriller, sólo porque estaba de moda. Tan ácida y satírica iba a ser su “película” que el final iba a ser muy distinto (una escena donde se reencontrarían personajes estadounidenses vivos y otros muertos, tomando una cerveza, mientras los chinos tenían una pelea). Sin embargo, los productores, cuando se enteraron de ello empezaron a poner restricciones a Sam, haciendo que rodará solo lo que estaba en el guion aprobado por ellos. 

El resultado fue una retahíla de metraje sin coherencia alguna que el pobre montador tuvo que solucionar sin mucho éxito. 

La película es interesante, no es tan mala como la gente critica. Un thriller decente en su primera mitad que enloquece en la segunda de manera desproporcionada. Pero no hay que ponerle un sambenito y enviarla al ostracismo de las películas olvidadas (eso nunca). Hay que entenderla como lo que es, un producto de su época y un ejemplo de lo que era trabajar con Sam Peckinpah. Y si, han leído bien, esta película ejemplifica quién era Sam. 

Durante toda su carrera Peckinpah había tomado el control en el rodaje haciendo lo que le daba la gana para entregar un trabajo que más tarde respetaban (o no) en la sala de montaje. Lo que le generó enemistades. Aquí no pudo tomar las riendas. Las adicciones ya habían tomado el control del director y los cambios en el guion estaban dejando estupefactos a todos los del equipo lo que derivó en qué se presentara un productor en el rodaje para luchar diariamente contra “Bloody Sam”. El resultado, una película que es parte de Sam, parte del productor, parte del montador y parte de nadie. Un traje con más parches que el pantalón de un niño pequeño

Cuando se habla de la filmografía de Sam Peckinpah siempre recomiendo sus otras películas antes que esta, incluso me gusta mucho más “Convoy” (1978). Pero para comprender a un director único también hay que disfrutar de sus “fracasos”. 

Estamos celebrando el centenario de este director, salgámonos de lo típico y redescubramos “Los aristócratas del crimen”.