'La Odisea de los Giles': un reencuentro incompleto

'La Odisea de los Giles': un reencuentro incompleto

3´5 Butacas sobre 5

Muchos se emocionaron cuando se confirmó que Ricardo Darín volvería a protagonizar una adaptación a la obra de Eduardo Sacheri, autor de El secreto de sus ojos. Esta vez la novela en cuestión sería La noche de la Usina, retitulada La odisea de los giles para su salto al cine. Dos historias completamente distintas en su narrativa, pero similares en su esencia al compartir la necesidad psicológica de resarcir los agravios y las injusticias cometidas por un sistema fallido.

La cinta nos introduce con un grupo de vecinos en un modesto pueblo de la provincia bonaerense que unen esfuerzos y ahorros con la intención de abrir una cooperativa durante el 2001. Estos sueños colapsan cuando el gobierno argentino restringe la libre disposición de efectivo para evitar un colapso del sistema económico, maniobra que fuera conocida como el corralito, lo que los llevará a idear un plan desesperado para recuperar lo que es suyo. Una premisa altamente dramática cuya diferenciación radica en una fusión de géneros proveniente desde la fuente, la cual se evidencia aún más en su traslado a la pantalla grande. Esto resulta en un filme difícil de encasilla­­­­r, pero también de olvidar.

Las bases se asientan sobre el drama social, mientras que la comicidad de algunos personajes conduce al dramedy, con una simpática hermandad que lleva al buddy. El plan para recuperar lo perdido desemboca en el heist film con todo y dosis de metacine, para finalmente añadir un poco de espectacularidad visual que remite directamente a la acción. Esta combinación le hace compartir elementos con títulos como La gran apuesta (2014), Estafadoras de Wall Street (2019) e incluso Ocean’s Eleven (2011), pero con la peculiaridad de que se siente más cercana gracias a la identificación que establece desde los primeros minutos al dar por sentado que los giles somos todos. Esto hace que la cinta se torne creíble dentro de su incredibilidad, no por el realismo de su trama evidentemente ficticia, sino porque captura el sentir común de un mundo cada vez más urgido de justicia. Robin Hoods contemporáneos cuyo encanto no radica en robar a los ricos para ayudar a los pobres, sino en ser espejos simbólicos que no reflejan una imagen fiel del espectador, sino la que quisiera ver: alguien que se levanta para desafiar las injusticias de un sistema inoperante.

Esta labor sería imposible sin un reparto de gran calidad encabezado por Ricardo Darín y Luis Brandoni. El primero aprovecha la presencia de su hijo Chino para romper las barreras de la ficción en el papel de un padre que se reúne con su hijo para afrontar la crisis económica, pero más importante aún, la familiar que le aqueja desde que inició la debacle. Una nueva muestra del enorme talento del argentino, quien se refrenda como uno de los grandes actores de su generación por sus dotes histriónicas, pero también por su capacidad para elegir proyectos de alto impacto social más allá de los géneros. El segundo funciona como comic relief, pero también como una conciencia que opera como contrapeso, no sólo del personaje central, sino de todo el conjunto, lo que le hace una pieza clave en los momentos decisivos.

A pesar de sus cualidades, la cinta no alcanza la grandeza absoluta porque la producción encabezada por Sebastián Borensztein parece tomarla con demasiada ligereza en varios de sus elementos. Tal es el caso de su elenco, con una dupla estelar brillante cuyos personajes parecen moverse en una atmósfera distinta de algunos secundarios, una diferenciación surgida de la novela pero que luce exagerada en pantalla a causa de un mal tratamiento en el guion adaptado por el propio Borensztein. No menos evidente es el caso de los valores técnicos como el color o la iluminación, cuya potencia simbólica nunca es plenamente aprovechada para exaltar los mensajes en la trama, lo que hace parecer que estamos ante una cinta genérica y sin mayores pretensiones cuando es todo lo contrario.

La Odisea de los Giles sobresale en historia e interpretaciones, pero no en su dirección. Queda claro que la dupla Sacheri/Darín es sinónimo de calidad, pero es imposible verla y no sentir una sensación agridulce de que pudo funcionar mejor con manos más experimentadas como las de Juan José Campanella, lo que habría marcado el reencuentro absoluto del tridente responsable tras El secreto de sus ojos, considerada por muchos como la mejor película latinoamericana en lo que va del siglo XXI.