Crónicas desde Málaga: Encontrar el tono

Crónicas desde Málaga: Encontrar el tono

El 28 Festival de Málaga empezaba con nubarrones a la vista, meteorológicos y cinematográficos. Su selección oficial, en efecto, generaba ciertas dudas no tanto por los nombres congregados como por cierta monotonía temática anticipada en sus premisas y el estilo habitualmente asociado a sus cineastas, óperas primas aparte. No hacía falta irse al extremo de la pasada edición, dominada por la comedia en su primer fin de semana, pero tampoco es ilusionante renunciar al género y asumir la tendencia de los Festivales Europeos de clase media: el drama social. Con todo, al final salió el sol, y del mismo modo la pantalla se iluminó en medio del grisáceo panorama, con una película muy memorable y momentos de otras, elevados por encima de una media algo olvidable. El principal fallo de algunas de las seleccionadas ha sido tonal, al no saber dotarse de coherencia narrativa y estilística. Pero con los vaivenes no se abarca más, sino menos, también en el recuerdo del espectador, que al hacer recuento de sus visionados solo puede quedarse con aquellas historias verdaderamente sentidas como tales. Se trata, pues, de encontrar el tono, además del sentimiento adecuado.

Sorda

4 Butacas de 5

La primera película que pude disfrutar en esta edición resultó ser la mejor, cumpliendo e incluso superando las expectativas promovidas tras su exitoso paso por la sección Panorama de la reciente Berlinale. Es una de las óperas primas de la selección, pero no parece tal, por la madurez, en todos los sentidos, con que está narrada. Eva Libertad nos cuenta el periplo de su hermana, la conmovedora Miriam Garlo, que con rasgos autobiográficos interpreta aquí a una mujer sorda que quiere ser madre. Su pareja (sorprendente Álvaro Cervantes) es oyente, y el embarazo plantea la duda sobre si la niña que nacerá tendrá o no limitaciones auditivas. El drama se desarrolla entonces a varios niveles relacionales: de la protagonista con su pareja, con su bebé, pero también con otras personas (familiares o amigos) o colectivos (más generales), oyentes o no. 

Es en ese equilibrio entre la intimidad personal y una mirada más amplia en que Sorda triunfa, sin caer nunca en lo didáctico ni moralista, sino manteniendo siempre un tono matizado, detallado, verosímil y, por retomar la reflexión introductoria, coherente. En cualquier caso, más allá de por su sostenida y lógica progresión narrativa, el filme destaca por su competencia técnica, poco habitual en este subgénero. Sin renunciar a su condición naturalista, esto es, no estilizada, Sorda está dotada de una puesta en escena de gran rigor (véanse los sucesivos encuadres con varios términos o el trabajo exacto con los ejes y los fuera de campo), ensamblada con un montaje preciso y fluido, donde cada escena nos lleva suavemente a la siguiente. Esto no quiere decir que no haya instantes de ruptura o choque, por la propia evolución del conflicto, hasta un desenlace que redondea la experiencia y a su vez le da otra dimensión. Sería una merecida Biznaga de Oro.

Jone, batzuetan

3 Butacas de 5

Al día siguiente la Sección Oficial ya empezó a mostrar su cara más irregular, no sin virtudes, por supuesto, si bien con defectos más visibles. Se trata de otra ópera prima dirigida por una mujer, aquí Sara Fantova, si no contamos su (notable) proyecto codirigido con otros estudiantes de la afamada ESCAC, La hija de alguien. Para su primer largometraje en solitario, Fantova se centra en una historia más cercana a ella misma, ambientada en su Bilbao natal, pero no consigue del todo que esa historia tenga un mayor alcance. Para ello, debería percibirse como un relato más completo, sin renunciar a sus señas de identidad y su idiosincrasia (en este caso acentuada por el uso del euskera y el marco temporal, durante la semana grande de la ciudad), pero asumiendo los códigos (sean cuales sean) de una ficción total.

Es esta la crítica más clara que se le podría hacer a una película que no se siente como tal en todo momento, empezando por un prólogo unido al resto con escasa uniformidad, por tono y estilo. Estamos ante un drama familiar, impulsado por la enfermedad de un padre viudo al que tienen que cuidar sus dos hijas, sobre todo la mayor, si bien ésta, al mismo tiempo, tiene otras inquietudes vitales. La narración alterna con escasa armonía entre aquella vida familiar, en que se imponen más los deberes cotidianos, y esta vida más libre, de descubrimiento y evasión. De ahí el “a veces” del título, aunque ese calificativo no se corresponde exactamente con la dualidad narrativa, sino que es más difusa. La cinta es genuina, tiene sensibilidad, conmueve por momentos y tiene a actores bien dirigidos, pero le falta pericia cinematográfica para trascender hacia lo que pretende.

Tierra de nadie

3 Butacas de 5

Fuera de concurso se presentaba una obra más comercial, de un cineasta más acostumbrado al género como es Albert Pintó. Aquí salta del terror al thriller policiaco, por un lado, de narcotraficantes por otro, pero curiosamente también tiene problemas de tono, pues al thriller se unen el drama y la comedia sin encontrar siempre la medida correcta para que el cambio resulte orgánico y no descoloque. De hecho, la película también se podría definir como una buddy movie a tres, con los personajes del viejo contrabandista (fiable, aunque algo sobreactuado Karra Elejalde), el comprometido depositario (convincente Jesús Carroza) y el policía que, pese a su nobleza, ya está de vuelta de todo (enorme Luis Zahera). Más allá de la historia y su ejecución, una de las bazas del filme se halla en efecto en este triángulo de actores y sus carismáticos, aunque algo desdibujados, personajes.

La improbable amistad entre los tres desplaza la acción hacia algunas escenas, sobre todo en la parte intermedia, que por si solas funcionan pero que parecen propias de otra película, aunque en su último acto esa relación esté mejor compenetrada con la trama principal. Esta, en concreto, gira en torno al tráfico de lancha liderado por una banda latinoamericana que trata de imponer su ley en tierras gaditanas. A partir de ahí se suceden los lugares comunes, que la llamativa singularidad geográfica apenas oculta, rodados eso sí con gran despliegue de medios e incluso cierto virtuosismo técnico. Hay así secuencias de espectáculo y suspense, como la del puente de Cádiz, que por sí solas provocan que el visionado merezca la pena, presumiendo que el resto de la cinta, como aquí ocurre, cumplirá el nivel mínimo exigido a partir de cierto presupuesto, sin ir tampoco mucho más allá.

La Buena Suerte

2 Butacas de 5

Una de nuestras directoras de mayor renombre firma una de las películas más pobres de esta selección (parcial), no sin cualidades, pero con un acabado que, pese a la experiencia de su equipo, roza la incompetencia. Adaptada libremente de una novela de Rosa Montero, La buena suerte sigue la huida del rico arquitecto interpretado por Hugo Silva, que de camino a una conferencia que debe impartir en Pamplona exige apearse del tren para quedarse a vivir en un pueblo perdido de La Rioja. Decide repentinamente comprar ahí un piso, en cuanto ve su cartel en venta, sin plantearse otras posibilidades ni negociar la operación, y en el edificio conoce a la sufrida Raluca (Megan Montaner), que trabaja en un supermercado y cuida de otro vecino mayor (Miguel Rellán).

Los motivos del protagonista para instalarse en aquel lugar y relacionarse con sus habitantes son al principio misteriosos, aunque el misterio pronto se resuelve y la historia, de la misma manera, pierde pronto buena parte de su intriga e interés. Tragicomedia romántica, drama costumbrista o thriller casi negro, este es el ejemplo claro de incoherencia tonal, que no debe confundirse con la complejidad ni incluso con el eclecticismo, sino que es señal de una dirección pobre en todos los sentidos. El problema no es solo de guion, sino de ejecución, pues asistimos a una puesta en escena y un montaje que rozan lo cutre (véanse esos flashbacks anticlimáticos, esos planos cerrados planísimos o esos fundidos en blanco a modo de transiciones), y que desaprovechan el talento y la química de sus intérpretes, que acaban contagiándose de la desgana de toda la película.

Muy lejos

3 Butacas de 5

Mario Casas en Utrecht. Con estas palabras se puede resumir el contenido de la ópera prima de Gerard Oms, quizá la más autobiográfica de todas, pues la estrella de cine es el alter ego del director, pero, casi en todo lo demás, reproduce la etapa que este último vivió como inmigrante precario en la ciudad holandesa entre 2008 y 2009. Otra pequeña diferencia está en la premisa, ya que el protagonista viaja aquí como parte de la afición del Espanyol, en un partido de fútbol, y toma una decisión repentina y algo inverosímil para quedarse en esa ciudad nueva para él. A partir de ahí, en cualquier caso, la historia se limita a seguir las peripecias de este joven para ganarse la vida, logrando sin ambages hacernos partícipes de su padecimiento.

Más allá de la meritoria interpretación de Casas, es el estilo realista de Muy lejos el que le otorga su autenticidad, para creernos en todo momento que, efectivamente, estamos siguiendo las vicisitudes de un inmigrante, desde su búsqueda de trabajo y residencia hasta la forja de nuevas amistades o el aprendizaje de otro idioma. El actor se presta a este austero ejercicio de supervivencia, rodado casi a modo de guerrilla, con las consiguientes libertades, pero también limitaciones. Con todo, a medida que avanza el metraje se vuelve algo repetitivo, no carente de interés, pero sí con una energía decreciente, a falta de estímulos dramáticos más allá de algún instante clarificador. La renuncia al marco expositivo desemboca en un final abrupto que nos deja con una sensación agridulce, pues habríamos deseado algo mejor para este personaje con el que pronto empatizamos.

Nunca fui a Disney

2’5 Butacas de 5

El coming of age se convierte en un subgénero asociado al del drama social cuando aquel deja de lado parte de su intimidad inherente para ofrecer una perspectiva más generacional, no por el crecimiento del protagonista sino por los elementos ajenos que lo enmarcan. Si ese crecimiento es mínimo, pero tiene lugar en un marco poco habitual, cuyo decorado representa una realidad sociológica que va más allá de las vivencias personales, se puede entender aquella conexión. Esto permitiría dotar de mayor enjundia y propósito a una película que, de lo contrario, quedaría casi vacía, como es esta de la argentina Tute Vissani, también primeriza en la incursión en el largometraje, si bien quizá habría sido más oportuno ceñirla al cortometraje.

Nunca fui a Disney nos narra los inicios de la pubertad de una niña que veranea con su madre y su hermana pequeña (el padre está misteriosamente ausente) en una localidad costera algo abandonada, y los días transcurren con modorra entre excursiones al centro o a la playa e interacciones entre la familia o con otra familia colindante. En cualquier caso, la directora rara vez pierde el foco de la protagonista y a esta le cuesta aguantar el peso de toda una película en que poco más ocurre y en que los contados conflictos son de poco alcance. No hay nada extraño ni fuera de lugar, pero por lo mismo tampoco extraordinario, lo que difumina el periodo a priori revelador que procura transmitirse en la vida de esta chica.

Los tortuga

3,5 Butacas de 5

Al parecer la expresión de los tortuga se refiere a la gente que desde el sur de España emigró a Cataluña, con la maleta a sus espaldas, para buscar un futuro mejor. Y esto es lo que hizo la familia protagonista de esta llamativa película, de hecho con un doble proceso de migración, pues la madre es chilena (maravillosa Antonia Zegers) y se casó con un hombre procedente de Jaén, desplazándose luego ambos a Barcelona, donde sería escolarizada su hija (potente Elvira Lara), aunque el marido/padre moriría prematuramente. Estos datos se nos van facilitando en una primera parte del metraje que resulta ser el prólogo previo al rótulo del título, aprovechando el regreso a Jaén de las dos coprotagonistas con motivo de las vacaciones navideñas.

Ya en esa parte inicial en Jaén comprobamos que la intención de Funes va más allá del habitual tratamiento de un drama familiar, alternando escenas corales de gran dinamismo con escenas curiosa e hipnóticamente prolongadas en el tiempo, como la que comparten el personaje interpretado por Zegers y el de su cuñada en una habitación, con un plano fijo. Esta técnica medida y a la vez abierta a la espontaneidad permite que el relato sume varias capas, con un componente aquí sí claramente de drama social, pero bien integrado en el familiar, aquejado por varias tragedias a las que estas dos valientes y decididas mujeres van sobreponiéndose. Quizá la duración es algo excesiva, pero si gracias a esos minutos de más se nos regalan momentos de gran cine, bienvenidos sean.

La huella del mal

2 Butacas de 5

La última película que pude ver durante este fin de semana en el Festival de Málaga fue, desafortunadamente la peor, lo que me habría dejado con mal sabor de boca si no fuera porque la experiencia debía valorarse en sus justos términos. Estamos ante una obra incluida en la selección, fuera de concurso, simplemente por el apoyo financiero, la inminente fecha de estreno y la presencia de una actriz protagonista de relumbrón como es Blanca Suárez. De lo contrario, cabría pensar que sería un producto directamente dirigido a Netflix, que será en todo caso su destino final. Es una pena que La huella del mal sea fallida, porque es una película de género de las que deseamos que tengan más recorrido.

Ríos San Martín adapta su propia novela sobre unos grotescos crímenes sin resolver que acontecen en los yacimientos de Atapuerca, de los que el responsable sería el típico asesino en serie que aquí estaría inspirado en su modus operandi por los cromañones cuyos huesos son desenterrados en tal ubicación. Aunque la historia, como es norma, juega al despiste, lo hace errando el tiro desde el principio (incluso desde una cita inicial, nada menos, que de Conrad), pues despliega su investigación entre lo anodino y lo ridículo (con alguna secuencia de montaje directamente bochornosa) para, al final, caer en lo previsible. Los actores, con Suárez al frente, no salvan un libreto mal elaborado, tanto en estructura como en diálogos, y el presupuesto está tristemente malgastado en su ejecución.