3 Butacas de 5

“Una quinta portuguesa” es una película muy bonita, quizás la más hermosa que se puede encontrar en esta edición del Festival de Málaga. Es una historia conmovedora y enigmática, con un punto de partida al estilo de Haruki Murakami, que guía al espectador con una poderosa sensibilidad a través de los pequeños detalles. Aunque algunos podrían considerar su ritmo como una desventaja y acusar a la película de contar pocas cosas —o al menos eso podría parecer en una visión más superficial—, “Una quinta portuguesa” es una obra que cuida al máximo los detalles y a sus personajes, transportando al espectador a ese bello pueblo portugués que podría provocar el síndrome de Stendhal hasta al mismísimo Paolo Sorrentino.

Protagonizada por Manolo Solo, quien parece extender su papel en “Cerrar los ojos” tanto en forma como en fondo, encarna a un personaje calmado, poco expresivo y que actúa más por hechos que por palabras.
Fernando es un profesor universitario que lleva una vida aparentemente tranquila hasta que, un día, vuelve a casa y se da cuenta de que su mujer ha desaparecido. Tras acudir a la policía y dejar que el tiempo ponga las cosas en su lugar, descubre que ha sido abandonado sin ninguna explicación clara. Así que, sin pensarlo mucho, coge el petate y se traslada a Portugal, donde conoce en un hotel a un jardinero llamado Manuel con quien comparte más de una confidencia. A la mañana siguiente, Fernando lo encuentra muerto debido a un ataque al corazón. Llama a la ambulancia y se llevan al difunto, mientras su abrigo queda sobre la misma silla donde estaba su cuerpo sin vida. En ese momento, Fernando cambia su actitud, usurpando la identidad del jardinero y aceptando el trabajo en la quinta que Manuel le había mencionado.

Una vez en la finca, conoce a Amelia y al resto de personas que habitan en la zona, descubriendo una vida de paz y tranquilidad donde logra encontrarse a sí mismo y sentirse feliz. Hasta que, un día, la dueña le pregunta directamente quién es en realidad, ya que, a pesar de que Fernando es un apasionado de las plantas, comete errores que un profesional no cometería. La quinta de Amelia es un trabajo mucho más exigente de lo que podría parecer.

Avelina Prat cuenta con pocas piezas en su filme, pero dedica mucho tiempo a cada una, cultivando la psicología y el desarrollo de cada actor con el mismo mimo con que Fernando cuida el jardín de la quinta de Amelia. Todo ello lo hace con calma y sensibilidad, siendo fiel a un tipo de cinematografía slow muy mediterránea, sin estridencias y supeditando la puesta en escena al guion, buscando la invisibilidad y la pura narrativa de personajes.
“La quinta portuguesa” llega al corazón, jugando al despiste en ocasiones, siendo por momentos enigmática y, a la vez, sencilla, con emociones muy contenidas y un elenco que funciona a la perfección. Es una película ideal para esos días difíciles en el trabajo, para cuando estás bajo de ánimo y quieres recuperar el calor en el corazón.

