'8': La España según Medem en ocho cuadros

'8': La España según Medem en ocho cuadros

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Julio Medem es, sin duda, uno de los directores más relevantes de la historia de nuestro cine. Sin embargo, su etapa de madurez no ha estado a la altura de su nombre. En mi opinión, ha emprendido un proceso de innovación formal cada vez más anárquico, fusionado con una poesía y un surrealismo que, al menos desde “Caótica Ana”, no han logrado conectar con el público. 

8” nos trae de vuelta al director vasco tras “El árbol de la sangre”, con una obra que se presenta fuera de concurso en el Festival de Málaga. Conviene matizar que su última película es profundamente personal, como no podía ser de otra manera en un autor de su talla. En este caso, aborda el conflicto de las dos Españas desde la Segunda República hasta la actualidad (incluyendo la pandemia de COVID-19), a través de la historia de amor entre una pareja unida de manera caprichosa por el azar, interpretada por Javier Rey y Ana Rujas. La película plantea una tesis sobre la incomunicación entre hermanos en un sentido bélico, político y personal, estableciendo un interesante paralelismo entre los personajes y la historia de España, concebida casi como un personaje más. Sin embargo, esta propuesta se desdibuja en una love story difícil de creer para el espectador, que no consigue ver en pantalla todo lo que expresan las líneas del guion, quedando opacada por una puesta en escena donde prima lo sublime sobre la narración. 

El tema del azar, que Medem ha trabajado con acierto en el pasado, no está del todo bien resuelto, ya que las concesiones narrativas se vuelven cada vez mayores conforme avanza el metraje, alcanzando cotas que solo los más fieles devotos del realizador aceptarán sin reservas y lo digo sin ser muy exigente. 

En cuanto al reparto, cabe destacar a Ana Rujas, una actriz joven con una energía arrolladora, cuyo fichaje ha sido un gran acierto de “casting”. Su interpretación brilla tanto en los momentos más íntimos como en los más grandilocuentes, hasta que Medem la lleva a tal extremo que ni siquiera Bette Davis podría haber salvado su deriva. Una lástima. 

La propuesta estética de Medem es potente, comenzando con una fotografía en blanco y negro que evoluciona con el paso de los capítulos, transformando tanto el formato como el contenido y el color. Cada escena se narra en plano secuencia, con transiciones musicales que incorporan un zapateado flamenco y un fundido a blanco. Si bien la historia de fondo es relativamente tradicional, la puesta en escena es marcadamente manierista. En algunas secuencias, esta elección funciona a la perfección y logra transmitir mucho al público, pero en otras no consigue el mismo efecto. 

A pesar de todo, hay que seguir apoyando al realizador de “La ardilla roja”, porque no se conforma con la vía fácil, no busca acomodo alguno y lucha contra los elementos para ofrecer algo distinto a cada espectador que se enfrenta a una de sus películas. “8” es un tiro al larguero, pero sin duda merece la pena el esfuerzo. Quizás la próxima vez sea gol.