'Tierra de Nadie': Zahera, Carroza y Karra cercados por el narcotráfico

'Tierra de Nadie': Zahera, Carroza y Karra cercados por el narcotráfico

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Tierra de nadie es una película que combina acción y cine policiaco en un entorno tan interesante como el narcotráfico en la costa andaluza. Aunque es una historia que hemos visto mil y una veces, cuando está bien hecha resulta efectiva, y este es el caso. La cinta de Albert Pintó plantea un relato que pivota entre tres personajes y sus conflictos personales y sociales, los cuales acaban convergiendo por un interés común. Se apoya en los clichés del género en beneficio de la cinética cinematográfica, alejándose de propuestas con mayor carga crítica, como las que suelen ofrecer Alberto Rodríguez o Enrique Urbizu. Su objetivo es entretener, y lo cumple perfectamente.

Puede sonar a chiste, pero no lo es: los protagonistas son el Gallego, el Antxale y Benito el Yeye, tres chicos que, pese a haber crecido en el mismo barrio y haber sido amigos en su juventud, han tomado caminos completamente opuestos en la madurez. Sus encuentros casuales en el chiringuito tienen hasta cierta poética; en sus diálogos y miradas se percibe la resignación de no haber alcanzado la vida que soñaron, mientras la cámara capta con sensibilidad y crudeza su realidad.

El conflicto surge porque el Gallego es policía e intenta convencer a Benito de que le haga un favor en un caso que acabará poniendo su vida en riesgo, debido a la corrupción. Mientras tanto, el Antxale trapichea con los narcos para sacar tajada. Pero, ¿qué pasará cuando los tres se enfrenten entre sí? ¿Qué pesará más? ¿el honor, la lealtad o el dinero?

El mensaje es bastante pesimista: los personajes están atrapados en la red del narcotráfico en Cádiz, un destino del que parece imposible escapar. Puedes combatirlo, como el Gallego; intentar rechazarlo, como Benito; o abrazarlo, como el Antxale, pero, de una forma u otra, todos acaban convertidos en pájaros enjaulados, prisioneros de un mundo al que pertenecen desde la infancia.

Luis Zahera y Karra Elejalde brillan, como es habitual en ellos, pero Jesús Carroza está a la altura, demostrando una vez más que es uno de los grandes “tapados” de nuestra cinematografía. Siempre creíble y emocional, su interpretación sirve de puente con el espectador. También destaca el trabajo de Vicente Romero, un secundario de lujo que dota a sus personajes de una dureza que esconde una gran fragilidad.

Quizás los villanos sean el punto más flojo, con motivaciones demasiado planas, reduciéndose a simples antagonistas del relato. Aquí la película peca de exceso de clichés, aunque, al no detenerse en ningún momento, esto no llega a ser un problema grave.

En conclusión, se trata de una cinta entretenida y trepidante, con buenas escenas de acción que, aunque en ocasiones pecan de un exceso hollywoodiense, están bien realizadas y transmiten un mensaje final que cala. Su gran baza radica en el reparto y en su enfoque, que prioriza a los personajes por encima de la trama.