3 Butacas de 5

Wolfgang es una película bien intencionada, bonita y que sabe aprovechar las fórmulas narrativas. Se trata de una historia sencilla pero emotiva, con pocos personajes, aunque bien desarrollados. Quizás peca de recurrir a excesivos lugares comunes, lo cual puede generar opiniones divididas: habrá quienes lo vean como un defecto y quienes se sientan cómodos en un terreno familiar. Es este segundo grupo el que disfrutará especialmente de la nueva película de Ruiz Caldera.

Basada en la novela de Laia Aguilar, Wolfgang (Extraordinario) nos presenta un relato sobre la comunicación entre adultos y niños. Sembrando varias preguntas: ¿Es mejor tratar a un crío como alguien mayor o, por el contrario, ocultarle la realidad de lo que sucede? ¿Dejar que las cosas sigan su curso o enfrentarlas directamente? Esa es, en esencia, la tesis de la cinta, que gira en torno al trauma de un niño con TDA, que está bastante consentido, pero con un gran talento para el piano y cuyo nombre da título al filme. Tras el suicidio de su madre —tema que se aborda con elegancia—, Carles asume la tutela de un vastago al que apenas conoce y a quien debe cuidar en un momento especialmente complejo de su carrera como actor.

Mientras Carles emprende un viaje hacia la madurez, después de haber sido un padre ausente durante los diez años de vida de Wolfgang, el niño ve en su figura paterna un obstáculo tanto a nivel intelectual como profesional. Wolfgang está obsesionado con ingresar en la mejor escuela de piano de París, no solo para superar a su madre como pianista, sino para convertirse en el mejor del mundo. El contraste entre ambos personajes genera situaciones complicadas, que resultan tiernas, aunque no particularmente divertidas. El espectador mantendrá una sonrisa a lo largo de la película, aunque la carcajada no es tan frecuente como en anteriores trabajos del director, como 3 bodas de más o Spanish Movie.
Tanto Miki Esparbé como Jordi Catalán logran interpretaciones creíbles dentro de esta relación extrema, dando vida a personajes veraces que funcionan perfectamente dentro de la visión de Ruiz Caldera. Se sienten naturales, sin caer en el exceso dramático en los momentos más tensos, y mantienen frescura escena tras escena. Muy bien.

Llama la atención la calidad del reparto, que cuenta con actores como Anna Castillo, Berto Romero o la recientemente nominada al Goya Nausicaa Bonnín en roles secundarios, además de un cameo de Carlos Cuevas, un actor con el que Esparbé ha demostrado gran química en la serie de Netflix Smiley.
No es que estos actores estén desaprovechados, pero el protagonismo recae tanto en los dos actores principales que el resto del elenco queda en un rol complementario, con funciones muy concretas dentro del guion. No hay demasiado tiempo para conocerlos en profundidad ni para que se luzcan demasiado, aunque su presencia aporta brillo al conjunto.

En conclusión, Wolfgang es una película bonita, familiar y con la música como telón de fondo en una emotiva relación paterno filial. Sigue ciertos patrones narrativos convencionales y apuesta todo a su dúo protagonista, aunque adolece de un mayor toque de humor, su sensibilidad tierna evita caer en lo melodramático, lo cual se agradece. Es una historia que se pasa rápido y deja un dulce sabor en el paladar. Ofrece exactamente lo que promete: un relato sincero y conmovedor sin caer en lo naíf.
