3 Butacas de 5
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Hubo un tiempo en el que Michael Keaton estaba condenado al ostracismo, trabajaba poco y, además, lo que conseguía eran papeles en producciones de bajo perfil, destinadas directamente al videoclub. Todo esto cambió gracias a su colaboración con el director mexicano Alejandro G. Iñárritu en Birdman, una sátira que jugaba con su propia imagen, haciendo un guiño a Batman en una suerte de adaptación libre de Raymond Carver. Con su nominación al Óscar y el cariño de Hollywood por las historias de resurgimiento, Keaton vive ahora el momento más dulce de su carrera. En este contexto, llega Con el agua al cuello.
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En este caso, el filme responde a un esquema familiar con cierto grado de drama y algunos momentos de alivio cómico. Su trama, bastante trillada, remite a la última vez que vimos algo similar con buenos resultados: Los descendientes, aquella película con George Clooney ambientada en Hawái.
La historia sigue a Andy Goodrich, el propietario de una galería de arte obsesionado con su trabajo, hasta el punto de que su esposa decide abandonarlo y dejarle a sus hijos para ingresar en un centro de rehabilitación por su adicción a las pastillas, un problema del que su marido, siempre ausente, ni siquiera era consciente. De repente, Andy se encuentra con una galería en números rojos y con la responsabilidad de cuidar a unos gemelos de nueve años a los que apenas conoce. Sin embargo, lo más interesante es que, fruto de un matrimonio anterior, tiene una hija de 36 años que está a punto de dar a luz a su primer nieto (y lo de convertirse en abuelo no le hace mucha gracia, al menos en un principio).
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Este personaje es interpretado por Mila Kunis en un papel secundario que, aunque en un inicio funciona como apoyo al de Keaton, termina evolucionando a algo más. De hecho, llega a cuestionar a Andy, enfrentándolo a su pasado como mal padre y señalando lo paradójico que resulta que ahora sí se esfuerce con sus hijos pequeños, relegándola a un segundo plano, como siempre se ha sentido. Toda esta trama se desarrolla en paralelo al nacimiento del nieto de Andy y al regreso de su esposa tras completar su rehabilitación. Una etapa de su vida en la que está, literalmente, con el agua al cuello.
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La cinta cuenta con algunos momentos lúcidos de realización, como la escena del ascensor en la que Keaton se quiebra emocionalmente o la secuencia de montaje de la galería. Sin embargo, más allá de eso, Hallie Meyers-Shyer opta por una dirección funcional e invisible, colocando la cámara de la manera más sencilla para que el espectador se sienta cómodo con la película. Se podría haber pedido más, pero el resultado no empaña el producto final: una película de perfil medio de Hollywood con un objetivo claro en taquilla.
En resumidas cuentas, es un filme poco ambicioso, pero que se deja ver, con Michael Keaton como principal atractivo en una historia que busca tocar la fibra sensible y, en algunos momentos, lo logra con cierta honestidad. Eso sí, las escenas cómicas no terminan de funcionar.
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