3 Butacas de 5
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No hay amor perdido es una extraña fábula moderna que explora, con ternura y simbolismo, el complejo mundo de la familia; en especial, de un hogar monoparental; y, más concreto todavía, de un padre y una hija que viven tan juntos como distanciados. La película, una comedia francesa no demasiado típica, es una especie de fantasía que transcurre por un camino muy real: el viaje interior de una joven que, a punto de abandonar el nido familiar, debe encontrar en sí misma la fuerza para crecer.
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El director y guionista, Erwan Le Duc, se adentra en tierras que, por costumbre o prejuicio, a menudo se asocian con una mirada femenina. Sin embargo, el director consigue establecer una perspectiva diferente, hasta cierto punto rara. La peli tiene ritmo, es dinámica, coquetea con el humor físico exagerado y se ofrece a sí misma como un caramelo picante, una rareza que invita a reflexionar sobre la propia narración. Tiene momentos de emoción y episodios que desentonan por una exageración casi caricaturesca. La dualidad, como quien mezcla patatas fritas con helado —algo más de moda de lo que puedas pensar—, crea una experiencia que, aunque rica en preguntas, a veces es parca en las soluciones narrativas que plantea. Las penas y las dudas entre un padre y una hija a veces se vuelven artificiales. La peli, sin desmerecer el camino, tropieza en el desenlace.
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En pantalla, el retrato de Etienne, un adulto-niño, y Rosa, que es casi lo opuesto, consigue que el combo padre e hija funcione. Sus lazos se ponen a prueba cuando se enfrentan a la encrucijada que supone el paso de la infancia a la madurez. 91 minutos de historia que se desenvuelven como un relato insólito, entre lo extraño y lo emotivo, y un apartado artístico notable (la puesta en escena, las interpretaciones y una banda sonora en verdad evocadora), logran que la sensibilidad de uno mismo se vea todo el rato entre la espada y la pared.
Si bien No hay amor perdido no es una película fácil de definir, su narrativa, muchas veces calculada y estilizada de más, le resta la naturalidad que podría haberla hecho simplemente efectiva. Aun así, la peli se defiende como una fantasía terrenal sobre la paternidad, que deja una huella emocional más allá de bajar las escaleras del cine.
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