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Edwar Beger ya demostró el pasado año ser un director capaz de relatar hechos tan complejos como el frente bélico con una maestría y un temple dignos de un gran artesano del cine. En esta ocasión deja las armas y se sienta en una silla para reflexionar sobre unos cuantos temas actuales. Entre ellos la crisis de una sociedad que tiende a los extremos y una iglesia que se debate si seguir hacia delante o regresar al pasado. Cónclave es un viaje espiritual a través de uno de los procesos más enigmáticos de una de las entidades más antiguas del planeta.
Tras la inesperada muerte del Sumo Pontífice, el cardenal Lawrence (Ralph Fiennes) es designado como responsable para liderar uno de los rituales más secretos y antiguos del mundo: la elección de un nuevo Papa. Cuando los líderes más poderosos de la Iglesia Católica se reúnen en los salones del Vaticano, Lawrence se ve atrapado dentro de una compleja conspiración a la vez que descubre un secreto que podría sacudir los cimientos de la Iglesia.
Cónclave se abraza a los cimientos de un cine de conspiraciones, ante el que es difícil resistirse, para reflexionar sobre temas tan importantes como la identidad, la fe y la condición política de las personas. Edwar Beger sitúa la acción en los días convulsos en los que se debe votar un nuevo Papa y reúne, como si de una convención política se tratase, a cardenales de diferentes prismas para agitar las aguas y provocar algún que otro terremoto.
El punto de vista recae desde el inicio sobre el cardenal Lawrence, encargado de dirigir el cónclave que determinará el devenir de la Iglesia en las próximas décadas. Las paredes del vaticano sudan secretos y él no puede mantenerse ajeno a las distintas conspiraciones que parecen confluir en un mismo lugar, el anterior pontífice. A través de una puesta en escena sobria y certera, la película se abre paso entre debates morales y políticos que, si bien se desarrollan en el seno De la Iglesia, son una consecuencia directa de la sociedad en la que habitamos.
El peligro de los extremos y la politización de las vidas privadas y públicas convierten a Cónclave en una especie de reflejo metafórico del mundo real. Un mundo al que Edwar Beger le toma la temperatura y parece tener una respuesta demasiado clara desde el principio. Quizá eso es lo que lastre a una película tan bien manufacturada. Las cartas están marcadas y conforme se acerca el final el espectador puede imaginar su sorprendente desenlace. Beger se deja llevar por sus impulsos para imponer un punto de vista demasiado concreto cuando en la propia película se habla de que los peligros de la certeza.
Cónclave cuenta con un pulso dramático encomiable, unas actuaciones soberbias y una trama adictiva. Es una película que navega las aguas siempre oscuras de la religión y la política para salirse con la suya y mostrar al mundo un nuevo prisma. Edwar Berger inclina al espectador hacia el horizonte de una nueva identidad como única solución para la convivencia.