3 Butacas de 5
“Toda una vida”, dirigida por Hans Steinbichler, se propone como un viaje introspectivo a través de la existencia de Andreas Egger, un hombre cuya vida transcurre entre la dureza de los Alpes austríacos y los golpes del destino. Es una película que explora la muerte, el amor y el paso del tiempo, pero, paradójicamente, se siente atrapada en su propio ritmo, dejando sensaciones encontradas.
Desde el principio, la historia de Andreas Egger se presenta como un reflejo de lucha y resistencia. Llegar a los Alpes a los cuatro años y ser adoptado por un tío abusivo que lo trata peor que a un animal, marca el tono de su infancia. Estos episodios no solo dejan cicatrices emocionales, sino físicas, cuando Andreas pierde parte de su movilidad. Aunque esta etapa de la película está cargada de potencial dramático, el guion no logra profundizar emocionalmente en estos traumas.
A medida que Andreas crece, la película sigue su vida como si fuese un registro de eventos. Lo vemos ayudando a construir un teleférico, enfrentándose a las dificultades de vivir en las montañas y, finalmente, envejeciendo en soledad. Es un enfoque que recuerda al estilo contemplativo de Terence Malick, pero sin alcanzar su profundidad filosófica o emocional.
La fotografía, sin duda, es el punto más fuerte. Cada encuadre parece un cuadro cuidadosamente compuesto, capturando la majestuosidad de los Alpes con una sensibilidad visual impresionante. Sin embargo, la belleza visual no es suficiente para sostener una narrativa que carece de fuerza. La conexión emocional nunca termina de consolidarse, lo que hace que momentos que deberían ser emotivos o impactantes pasen desapercibidos. Es como si la película, al igual que Andreas, estuviera atrapada en un ciclo de soledad emocional.
En cuanto al reparto, Stefan Gorski como Andreas Egger logra transmitir la dureza de un hombre moldeado por la adversidad. Su interpretación es sobria, acorde al tono de la película, pero se siente limitada por un guion que no le da suficiente espacio para explorar matices más complejos del personaje. Auguste Cirnes, como Andreas en la vejez, aporta dignidad y serenidad al papel.
La relación de Andreas con Marie, interpretada por Julia Franz-Dichter, podría haber sido una oportunidad para inyectar calidez y emoción a la historia, pero se siente desaprovechada y fugaz.
Además, el ritmo es excesivamente lento, incluso para una película contemplativa. Si bien el título sugiere que veremos “Toda una vida”, la sensación es que esa vida transcurre en tiempo real. Con una duración de dos horas, la película logra que sientas cada minuto como si estuvieras viviendo junto a Andreas en una montaña interminable.
“Toda una vida” intenta capturar la esencia de la existencia humana a través de un lente contemplativo y visualmente deslumbrante, pero se queda corta al transmitir la profundidad emocional que su historia exige. Aunque ofrece momentos de reflexión sobre el tiempo, el amor y la muerte, su ritmo lento y la falta de riesgo narrativo terminan por diluir el impacto que podría haber tenido. Es una experiencia visual más que emocional, adecuada para quienes disfrutan de cine contemplativo, pero difícil de recomendar a quienes buscan una narrativa que deje huella.