'El Baño del Diablo': La mejor película de Sitges usa el horror como vía para llegar a las puertas del cielo

'El Baño del Diablo': La mejor película de Sitges usa el horror como vía para llegar a las puertas del cielo

3’5 Butacas de 5

Gracias a los amigos del “terror elevado”, tenemos una corriente que se sirve de las cualidades estéticas del terror para acercar al espectador a otro tipo de historias. Para los fans más acérrimos del género, sus películas son más dramas que terror, y sienten que intelectualizan su género favorito con unos fines más banales y aburridos.

Así que, con esta vitola de dicha corriente, llega a las carteleras españolas la película codirigida por Veronika Franz y Severin Fiala, “El baño del diablo”. Un relato basado en una escabrosa historia real donde, si eres avispado y lees con cuidado el texto introductorio, puedes vaticinar el final.

Nos situamos en Austria en el siglo XVIII, en un entorno rural, donde una mujer mata a un bebé para que la Iglesia la condene a muerte y así expiar la culpa de su vida y poder acceder al cielo. Porque si el clero te tortura y ejecuta públicamente merece la pena si San Pedro te habrá las puertas del cielo, claro.

Este personaje sirve de advertencia a Agnes, nuestra protagonista, una joven que encuentra la felicidad al casarse y mudarse a una casita muy mona a las afueras de la villa.

A pesar de lo idílico del asunto, se irá dando cuenta de que no todo es oro lo que reluce. Su compañero de vida, la dureza del trabajo, las malas artes de su suegra o la imposibilidad de quedarse embarazada irán minando su autoestima en una espiral de obsesión donde acabará convertida en el centro de todas las miradas y en la vergüenza para su familia.

En ese sentido, “El baño del diablo” se acerca al folk horror de manera similar a “La bruja, pero con más tibieza en su resultado. Anja da un verdadero recital; a pesar de tener solo tres películas en su haber, la intérprete austriaca nos lleva de la mano por este viaje hacia el infierno, pasando de la felicidad a la fragilidad y al horror con aparente facilidad. Ella es el mejor elemento que tiene el realizador, y ojo, la fotografía también es muy buena, pero Anja Plaschg consigue algo difícil.

Considerando que, aunque la película no termina de cuajar del todo debido a su costumbrismo, a su juego con la ambigüedad y a una serie de trucos manidos para impactar al espectador, tiene una de las interpretaciones del año. Plaschg tiene en su tercio final algunos planos sostenidos que golpean al espectador, siendo tan desgarradores que hacen crujir la propia pantalla.

La denuncia que propone la película es interesante, ver el funcionamiento de una sociedad de este tipo e incluso descubrir paralelismos con nuestra sociedad contemporánea son puntos a su favor. La factura es muy preciosista y juega mucho con la iluminación natural. Aunque no se siente suficiente como para levantar un producto que, si bien es bueno, no se encuentra entre lo más destacado del género de esta reciente hornada.

El terror elevado sigue su corriente proponiendo nuevos márgenes para que los espectadores juzguen sus historias. Puede gustar en mayor o menor medida, pero merece la pena los intentos de estos realizadores. Explorar y arriesgar siempre se debería valorar positivamente.