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Este viernes 8 de noviembre se estrena en España Harold y el lápiz mágico (2024), la nueva película dirigida por Carlos Saldanha (Ice Age, Río) basada en el libro de Crockett Johnson Harold y el lápiz de color morado, que, sin grandes pretensiones, cumple con su propósito de complacer al espectador más infantil con una aventura fantástica y personajes caricaturescos. Es en su mayor parte inverosímil y ridícula, pero el público objetivo permite algunas licencias. Además, posee una mirada ciertamente analítica sobre la complejidad del mundo y la necesidad, más que nunca, de la imaginación para sobrellevar la cruda existencia.
El aventurero Harold (Zachary Levi) vive dentro de su libro con sus amigos Alce y Puercoespín. Allí puede hacer lo que le plazca y crear cosas simplemente dibujándolas con su lápiz mágico morado. Un día decide salir al mundo real para conocer a su creador y se topa con una realidad distinta a como la imaginaba, de la que puede aprender y cometer travesuras con el poder de la imaginación y su nuevo amigo Mel (Benjamin Bottani).
Está claro que una película del corte de Harold y el lápiz mágico no tiene mayores aspiraciones que divertir a los niños de menos de diez años. Su humor infantil, inverosimilitud constante y ridiculez de los personajes y situaciones, no puede juzgarse con los mismos ojos que otras películas adultas. La cinta de Saldanha —primera de acción real que dirige, aunque tiene una pequeña parte de animación— juega en otra liga, y cumple su objetivo de entretener: ¿qué puede ser más entretenido que un personaje salido de un libro que puede crear lo que se le antoje con su lápiz? La experiencia es aún mejor cuando un niño —el pequeño Mel— se ve empujado a disfrutar las aventuras de su nuevo amigo mágico. La identificación del primerizo espectador es inmediata.
El elemento más poderoso de la película es su moraleja y su construcción. Harold descubre en el mundo real una realidad más triste —nada demasiado crudo, por el contrario, recordemos el público objetivo— de la que conoce, y el único en apreciar su carácter imaginativo y la magia que desprende es un niño. Su madre, indiferente, no quiere atender a esas cuestiones; simplemente no las cree, como el amigo imaginario de su hijo. Sin embargo, poco a poco, Harold va demostrando con sus acciones como la vida es mucho más transitable disfrutando de las posibilidades de la imaginación, porque, quizá, es posible aliviar un poco la amargura de una vida insatisfactoria y vacía recurriendo a la fantasía; simplemente dejándose llevar y queriendo a los seres cercanos.
En su narración destaca la importancia que se da a Crockett Johnson, escritor del libro original, al que Harold busca incansable como una figura paterna. Un juego metanarrativo que sirve como homenaje al difunto dibujante que construyó los personajes de la película.
Harold y el lápiz mágico no va a suscitar apenas interés a los mayores; es una película para ver en familia, con los niños, pues además de ser muy entretenida y divertida —¡y breve! Dura 92 minutos—, es posible que inspire amor y ganas de afrontar la vida de otra manera.