'La cocina': un cementerio de sueños

'La cocina': un cementerio de sueños

3’5 Butacas de 5

Este viernes 8 de noviembre se estrena en cines de España La cocina(2024), la nueva película dirigida por el cineasta mexicano Alonso Ruizpalacios (Güeros) y basada en la obra teatral de Arnold Wesker, que, desde una cocina, deconstruye el sistema de un país —Estados Unidos— para tratar la cuestión migratoria, principalmente, aunque también la lucha de clases; estableciendo una reflexión a veces demasiado obvia en su diálogo explícito, pero escenificada desde una exquisitez formal encomiable.

En The Grill, un restaurante de comida rápida en pleno centro de Nueva York, trabajan un gran número de inmigrantes ilegales que tratan de ganarse la vida para subsistir. Un viernes, en hora punta, el jefe descubre que la noche anterior ha desparecido dinero de la caja, por lo que procede a un interrogatorio múltiple. Uno de estos trabajadores es Pedro (Raúl Briones), un mexicano enamorado de la estadounidense Julia (Rooney Mara), que llega a su límite cuando le acusan de robar el dinero.

Igual que los platos que en The Grill se producen cada día, un sinfín de reflexiones surgen en ese único y opresivo escenario, pues la cocina actúa como reflejo de un país —incluso, me atrevería a decir, de un planeta— construido en jerarquías, en rangos de poder que conducen, de manera irrevocable, a su abuso. Un choque de clases que se escenifica en la película con suprema inteligencia, pues, en los personajes de mayor cargo dentro del negocio se dibuja un ademán de compasión, o digamos, trato de igualdad respecto a sus subordinados —con esas promesas de futuro o gestos de camaradería—, muy lejos de la realidad de su diferenciada naturaleza.

La situación que viven los personajes de esta cocina, claustrofóbica y desesperanzadora; un cementerio de sueños del que es imposible escapar pues paradójicamente se requiere para sobrevivir —la mayor parte de personas del mundo existen de esta manera—; se vuelve aún más truculenta desde su visión en ese prodigioso blanco y negro tan acorde al fondo argumental. Un filtro que incide aún más en la precariedad laboral que retrata, dentro de la depresiva realidad de unos trabajadores migrantes incapaces de progresar por las trabas del sistema. Un blanco y negro solamente destruido por ese color verde tan significativo en cierto momento, que termina de instalar la reflexión sobre la inmovilidad del sistema de clases (quizá la única forma de escapar sea la ayuda divina).

Hay dos secuencias durante la cinta de Ruizpalacios que sobresalen por mucho respecto al resto de su desarrollo. La primera, un plano secuencia a mitad de la película para plasmar una delirante jornada laboral en pleno centro de Nueva York, tan asfixiante como embelesadora e incluso más trepidante que la magnífica Hierve (2021). La segunda, es un estallido revolucionario fruto de la tensión acumulada durante la película, pues los personajes no son robóticos y su paciencia tiene límites; es magnífica por su brutal disparate. Ambas cumbres de la película, además de su prodigio formal, sirven para profundizar aún más en el tema de fondo.

Pese a su brillantez, La cocina es un hervidero —nunca mejor dicho— de reflexiones demasiado ambicioso, que por querer abarcar más de lo que puede, termina diluyéndose sobre todo en su segundo acto, resultando ciertamente deslavazada en su conjunto, aunque su efectivo final deje un gran sabor de boca. La duración excesiva —139 minutos— actúa también en detrimento de la concisión del mensaje, mucho más solvente en pequeños momentos entre sus personajes, que en la construcción general de la cinta; además de que, su fuerte impronta desaparece en momentos demasiado discursivos en que, a modo de grueso subrayado fluorescente, se pervierte su efecto.

Sin duda la nueva película de Alonso Ruizpalacios es más que interesante, tanto en forma como en fondo —actúan en bastante consonancia— y, pese a algunas objeciones narrativas, constituye un rico análisis sobre la situación del migrante y la precariedad laboral. Se agradece la presencia de la siempre favorecedora Rooney Mara, pero el que se lleva la palma es Raúl Briones, espléndido en su irascible personaje, cada vez con la mecha más corta. Solo por las escenas de locura productiva en la cocina merece la pena ver La cocina.