3 Butacas de 5
Este viernes 25 de octubre se estrena en cines Venom: El último baile (2024), la nueva entrega del aclamado personaje de Marvel que cierra la trilogía tras el éxito comercial de su predecesora Venom: Habrá matanza (2021). Kelly Marcel dirige una película que consigue revitalizar una saga que parecía muerta, con unas secuencias de acción hipnóticas y un ritmo bastante fluido, pero condicionada por sus constantes trucos de guion y un humor que no termina de favorecer.
Eddie Brock (Tom Hardy) y Venom, se dan a la fuga a través de Estados Unidos cuando empiezan a ser perseguidos por los dos mundos: el ejército nacional y unas criaturas monstruosas enviadas por Knull para acabar con el simbionte.
Venom 3 no pierde el hilo de la trilogía que cierra, ni inventa nada nuevo; más bien continúa explotando a sus personajes desde un humor tan infantil como característico y copia los trillados esquemas narrativos de Marvel para hacer más de lo mismo; aunque no está de más decir, que esta vez se supera. La cinta es tremendamente entretenida y resolutiva por la dinámica de road movie que plantea, alternando el humor situacional con escenas pura acción trepidante.
Hay algunas salidas de tono desconcertantes, en que una dramática reflexión existencialista —alrededor de la vida que Eddie podría llevar si fuese una persona normal— se asoma a una historia que la rechaza desde sus bases, pues Venom: El último baile es una película superficial diseñada para su éxito comercial y la complacencia de un público que sabe lo que va a ver, y estos destellos de osadía no le sientan muy bien. Los trucos de guion recurrentes son también una de las mayores molestias de su visionado, pues hay veces que confiar en la suspensión de la incredulidad no basta para cubrirse las espaldas, y son varias las ocasiones en que personajes aparecen inexplicablemente en el momento y lugar exacto en que se requieren. También se engaña en cierta forma al espectador asiduo, ya que algunas expectativas creadas en anteriores entregas no se cumplen como deberían.
El disfrute es asegurado entendiendo el juego en que se participa al adentrarse en la película de Marcel, y sus errores no hunden el visionado, además condicionado por la pésima experiencia que suponía la anterior Venom: Habrá matanza. Las escenas de acción y un ritmo muy dinámico consiguen que la última entrega del simbionte negro y su incondicional Eddie Brock resulte agradable dentro de lo esperable, sin ser el no va más del cine superhéroes.