2’5 Butacas de 5
La leyenda del vampiro ha inspirado incontables relatos de ficción. Una criatura que lleva al extremo la obsesión, el placer y su intimidad. Una forma de redimir todos los pecados que, queramos o no, todos llevamos dentro. En los últimos años las películas que envuelven a los vampiros están cargadas de metáforas rebuscadas que lo único que consiguen es que sus realizadores se olviden de la diversión de la sangre y el vampirismo y se centren en temas más “serios”. Los Radley es una película encorsetada, a al que le cuesta respirar y que, al final, se siente innecesaria.
Los Radley son como cualquier otra familia, excepto por un pequeño detalle: son vampiros. Optando por un estilo de vida abstemio, conviven en perfecta harmonía con sus vecinos. Sin embargo, cuando sus hijos adolescentes sucumben a una irresistible sed de sangre humana, el secreto familiar quedará al descubierto. La inesperada visita de un pariente que da rienda suelta a sus instintos sangrientos echará más leña al fuego, poniendo el mundo de los Radley patas arriba.
¿Es necesario que sean vampiros? Un drama adolescente, una familia un tanto disfuncional y un trauma del pasado. Son elementos que podemos encontrar en cualquier otra película. Aquí están perfectamente expuestos, con la diferencia de que sus protagonistas son vampiros. Algo que no le sienta nada bien. No solo se ridiculiza, sino que se menosprecia todo lo relacionado con la leyenda vampírica. Únicamente empleada para armar una débil metáfora demasiado evidente.
Los actores implicados lo dan todo y, en conjunto, el resultado no luce mal. Sin embargo, su continuo afán por tomarse demasiado enserio a sí misma lastra todo. A la trama principal se le une una subtrama sonrojante, que no aporta nada más que lo que ya nos están contando a lo largo de la cinta.
Los Radley es una película pálida, introvertida y que espera agazapada en la oscuridad su momento. Por desgracia, no es un vampiro. Ojalá lo fuese.