'Los Últimos Románticos': Fotogramas de soledad y nostalgia

'Los Últimos Románticos': Fotogramas de soledad y nostalgia

3’5 Butacas de 5

Hay veces que inevitablemente una película te recuerda a otra; es el eco del cine. Una vibración que se dilata a lo largo de la historia. Directores y críticos no pueden evitar referenciar. En el caso de *Los últimos románticos*, me atrevo a hacer el ejercicio comparativo con el mejor cine dramático sobre un personaje que sirve para dar una tesis no sólo sobre una situación concreta, sino que permite señalar y generalizar un momento de conflictos no sólo personales, sino globales. Básicamente los protos de la filmografía de los hermanos Dardenne o las mejores obras de Fernando León de Aranoa.

La adaptación de la novela de Txani Rodríguez se centra única y exclusivamente en la mirada de Irune y su microcosmos personal. Una vida complicada que está tan habitual como andar hacia adelante. Son problemas del día a día: conflictos laborales, encontronazos con compañeros o vecinos y un posible problema médico de los gordos. Con todos estos elementos, estamos en un drama costumbrista con tintes de ensoñación que tiene puntos de crítica ácida y directa a muchos de los problemas como sociedad que tenemos en la actualidad en España.

A nivel iconográfico, la representación del concepto de ‘papel’ tiene muchas lecturas a diferentes niveles. Está su lugar de trabajo, que es una fábrica de papel con un tenso conflicto que incluye huelgas y despidos. Su sueño truncado de ser dibujante de cómics, lo que la convierte en una sombra de la persona que fue, le cuesta conectar con las personas y siempre está mejor sola y fabulando que en compañía. Y luego el papel que ella representa en su propia vida, con una negación total de la realidad con esas llamadas a un enamorado conceptual con figura de teleoperador de Renfe que el realizador se niega a dar una solución tangible.

Me parece muy interesante el número de subtramas que lleva la historia de forma paralela, todas con su cierto interés y que se van mezclando unas con otras. El espectador más tradicional se sentirá desencantado con la ambigüedad de algunas respuestas o el eco de preguntas sin resolver, pero para otro tipo de espectador estos ejercicios pueden ser muy estimulantes.

David Pérez Sañudo es un director interesante, ya lo demostró en “Ane” y aquí da buena muestra de sus habilidades. Gran trabajo con los actores, una buena factura técnica y ejercicios de montaje originales en una historia que está muy apegada a las personas de a pie, siendo poco original con sus tramas, pero con una actriz protagonista que está soberbia en cada plano.

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