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El próximo 27 de septiembre se estrena en España La virgen roja (2024) tras su paso por el Festival de San Sebastián, la nueva película dirigida por Paula Ortiz (La novia, Teresa) sobre la historia real de Hildegart Rodríguez y la complicada relación con su rígida madre. Una narración sencilla, sobria y fluida, sustentada en mayor parte en la palabra de sus protagonistas, que reafirma el enorme talento de la directora maña.
En los años 30 nace Hildegart Rodríguez (Alba Planas), que crece educada estrictamente por su madre Aurora (Nawja Nimri) para desafiar las bases del patriarcado y ser la mujer del futuro. A una temprana edad se convierte en absoluta referente de la sexualidad femenina en toda Europa, pero las pulsiones humanas son irrefrenables y al quedar prendada del joven Abel Vilella (Patrick Criado) se ve obligada a desafiar a la férrea institución de su madre.
Es cierto que La virgen roja sufre algunos inevitables males de las películas televisivas, pero la esencia poética y dialéctica que caracteriza el cine de Paula Ortiz no se esfuma con su presencia. La fuerza de la palabra —llevada quizás al extremo en su anterior Teresa (2023)— es más que vigorosa en una película que trata sobre la vida de una ensayista, y que se esfuerza precisamente en enfatizar unas reivindicaciones sociales y feministas que, mirando sobre nuestro presente, son la prueba de su eficacia, del resultado de la protesta, pues menos de cien años después y, aunque la mejora es aún posible, la situación que refleja la película es impensable. La palabra es el arma principal de la película desde su propio contenido.
La historia de Hildegart cala desde prácticamente el primer momento, fruto de un maravilloso guion de Eduard Sola y Clara Roquet que Paula Ortiz sublima con su puesta en escena. Esta fusión creativa convierte la narración en un río tan cristalino como fluido que corre exactamente por donde debe hacerlo. No es una película especialmente apresurada, pero su agudeza narrativa no permite la pérdida de interés.
El duelo de posturas entre madre e hija, que se construye con mesura durante la película para estallar sin piedad en un final tan trágico como inesperado (para los desconocedores, entre los que sin vergüenza me incluyo, de la historia real) funciona para remarcar la paradoja de la propia historia. La de una mujer que decide combatir el yugo patriarcal construyendo una máquina humana desde la opresión y coartación de libertades absoluta. Es entonces cuando el amor, que es irrefrenable y todo lo destruye —no en un sentido fatalista—, atraviesa y dinamita la relación de las mujeres mediante el personaje de Patrick Criado, permitiendo a su vez una reflexión sobre la maduración y pérdida de la infancia.
Paula Ortiz representa esta situación con la poética metáfora de la escultura que se resquebraja. La escultura humana acercándose a una libertad que escapa de las decisiones de su coartadora escultora.
La virgen roja sirve como alegato para reivindicar a aquellas que comenzaron la protesta feminista y han quedado en el olvido, utilizando de forma concreta la interesantísima historia de Hildegart Rodríguez. Un relato de liberación con un pulso narrativo excelente.