François Ozon vuelve con un drama familiar de gente corriente que toma decisiones éticamente complicadas
4 Butacas de 5
Michelle (Hélène Vincent) es una jubilada en plena forma que disfruta de una merecida y tranquila jubilación en un pequeño pueblo de la Borgoña, donde también vive su mejor amiga, Marie-Claude (Josiane Balasko). Un día recibe la llamada de su hija Valérie porque la va a visitar en unos días junto a su hijo Lucas que está de vacaciones escolares. La relación entre madre e hija es tensa porque ella está en un proceso de divorcio complicado y además trata de forma bastante egoísta a su madre.
Las cosas no salen como Michelle espera porque su hija sufre una intoxicación alimentaria después de que ella cocine unas setas que ha recogido en el campo. A partir de aquí Valérie pierde la confianza de su madre y surge la duda de si lo hizo a posta o no. Posteriormente, entra en escena el hijo de Marie-Claude, Vincent (Pierre Lottin), que acaba de salir de prisión y es un tipo poco hablador y misterioso. Ella le contrata para que trabaje en su casa arreglando el huerto y con pequeñas tareas, pero un terrible suceso cambia la vida de Michelle para siempre.
Estamos ante una película sencilla, de pocos personajes y sin demasiados alardes técnicos por parte del director con un reparto perfecto. El guion genera intriga en el espectador porque van desvelando poca o ninguna información del pasado de los personajes, pero también de cosas que van ocurriendo para tener al espectador totalmente desconcertado y enganchado a la historia con un ritmo sin prisa, pero sin pausa que no aburre en ningún momento.
La clave de la historia son las complejas decisiones que toman los personajes acerca del suceso terrible que ocurre lo genera todo tipo de preguntas en los espectadores que dan para debatir una vez finalizada la película.