'Emmanuelle': se nos gastó el placer de tanto usarlo

'Emmanuelle': se nos gastó el placer de tanto usarlo

4 Butacas de 5

Desde que los hermanos Lumière pusieron una cámara a la salida de una fábrica, el cine siempre ha buscado colocar al espectador en aquellos lugares prohibidos, interesantes y atractivos. La cámara se convirtió en los ojos de millones de miradas no autorizadas que sienten cierto placer inconsciente cada vez que observan a Janet Leight en la ducha, a un tiburón devorando a su presa o a un pianista frustrado luchando por un amo imposible con una aspirante a actriz en Los Ángeles. El ser humano desea conocer aquello que tiene prohibido y la cámara es su mejor aliado. Una fuente de placer que lo sitúa en puntos clave de la vida de personajes ficticios. El cine y el placer siempre han estado ligados.

Emmanuelle es la nueva propuesta de la realizadora francesa Audrey Diwan. En este caso abandona el drama desolador de El acontecimiento para mostrarnos a una mujer en búsqueda de su placer perdido. Emmanuelle trabaja para una cadena de hoteles de lujo. Un día, la llama para ir a Hong Kong a revisar la bajada de ingresos de uno de sus establecimientos, pero cuando llega se encuentra un hotel que funciona a la perfección. Teniendo que buscar una excusa para echar a su directora, durante su estancia allí conoce a Lee Jae-Yong, un atractivo ejecutivo que tiene unas rutinas misteriosas y mantiene su anonimato de cara al hotel. Emmanuelle empieza a obsesionarse con él y a seguirle.

La película nos hace acompañar a su protagonista por los recovecos de un hotel donde todo el mundo parece disfrutar de diferentes placeres. Emmanuelle vaga por los pasillos intentando encontrar aquello que la satisfaga, que la vuelva a hacer sentir. La cinta es un ejercicio elegante y poco ordinario que desprende una sensualidad única. La cinta está recorrida en su interior por diferentes secuencias muy explícitas donde Emmanuelle trata de conectar consigo misma sin mucho éxito. Algo no parece funcionar, al igual que en el hotel al que está supervisando. En apariencia todo luce correcto, pero sus jefes insisten en que tiene que haber algo más.

El espacio funciona como una perfecta metáfora de lo que le sucede a su protagonista. Hay algo dentro de ella, muy profundo, que es incapaz de detectar pero que la cohíbe y evita que pueda sentir como los demás. Su punto de fuga particular es un escurridizo hombre del que nadie sabe apenas nada y que se convertirá en su obsesión. Emmanuelle habla sobre el profundo laberinto que es el placer y lo difícil que resulta dar con él.

En una época donde todo es tan accesible, donde casi cualquier imagen puede llegar a manos de cualquiera. Emmanuelle propone un viaje de autodescubrimiento personal a través de un personaje poderoso que tratará de romper el corset invisible que ella mismo se ha puesto. Una propuesta arriesgada, no apta para todos los públicos que propone una reflexión más que interesante sobre el placer.

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