4 Butacas de 5
Solo para mí, de Valérie Donzelli, es un thriller romántico que avanza rápido y apenas deja espacio para respirar. No da puntos de fuga ni te permite un desliz. La tensión se acumula, escena tras escena, hasta que el peso emocional se vuelve insoportable.
Virginie Efira y Melvil Poupaud están a la altura. Son dos fuerzas iguales en pantalla. Ambos transmiten el miedo que sienten, aunque desde lugares muy distintos. Las miradas y los gestos entre ellos destilan tanta tensión que parecen capaces de cortar el celuloide.
Las localizaciones son impresionantes. Cuando la cámara capta el paisaje, todo se llena de color y brillo, como si el mundo gritara que una vida de ensueño es posible. Pero la realidad de los protagonistas es otra: oscura, asfixiante, oxidada. El choque entre lo que se ve y lo que sucede es un golpe directo al mentón.
«Si me quisieras de verdad, no habrías dejado que me convirtiera en un monstruo». Solo para mí relata cómo el amor puede retorcerse hasta desfigurarse por completo, hasta transformar a quienes lo viven en sombras de lo que eran antes.
La música es una amiga cruel. No solo acompaña la película, sino que se convierte en una antagonista más. La selección musical es perversa, consciente de lo irónico de sus letras y agorera de un final desolador. Y, pese a todo, nunca deja de sonar. Su presencia constante añade todavía más malicia a cada escena.
El ritmo frenético del montaje, el sarcasmo de la música y el miedo que transmiten los protagonistas al hablar, reír o desnudarse el uno frente al otro crean una atmósfera retorcida, un terror que va mucho más allá del susto.
La sensación que deja Solo para mí es incómoda. Se te queda pegada y es un incordio. Esa es la verdadera perversión que Valérie Donzelli pone ante nuestros ojos: un drama adictivo, sucio y cruel que, a pesar del mal rato, hace que quieras volver a engancharte nada más salir de él.