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El S.XXI. ya se ha consolidado como la época más funesta y degradante de la historia de la humanidad, heredando todos los vicios y lastres fundacionales de lo que vendría a ser esta nueva sociedad devenida en atomismo y desintegración personal y comunitaria; exaltadora del industrialismo, el consumismo, el entretenimiento, la adoración del capital y su conveniente desprecio por los valores estéticos, intelectuales, trascendentales… Podríamos afirmar que estamos ante el fin de la historia, es decir, la historia como rasgo inmanente, eternamente vinculado a los lazos de la memoria y del recuerdo de todo bagaje que nos ha precedido; sustento necesario para “el progreso” entendido como concepto mayor, la participación sincrónica de las generaciones pasadas, presentes y futuras de una herencia moral, artística y espiritual que acompaña al avance perdurable de la humanidad en el tiempo. “El progreso” trasmutado en motivos perecederos, intercambiables, materiales es lo que ha pasado a llamarse “desarrollo” -utilizado hoy indistintamente por progreso-. Desarrollo, inextricablemente, va unido a la idea de que las estructuras materiales en constante cambio y producción son las ligazones fundamentales y únicas del hombre con su realidad evanescente; ese ideal aristotélico de búsqueda de la felicidad por medios conjuntos entre alma y cuerpo -algo con lo que no estoy completamente de acuerdo- ha sido sustituido por la concepción burguesa de felicidad, estrechamente unido al avance de las ciudades, núcleos masificados, despersonalización y destrucción de la conciencia.
Alguno se podrá preguntar, ¿qué relación tiene esto con la crítica de un film? Pues bien, este gran lastre que nos supone la sociedad del S.XXI. ha hecho que nos olvidemos y evadamos de uno de esos progresos que podrían haber sido determinantes para un nuevo “Renacimiento”: el gran avance de la comunicación en cuanto a difusión y acceso al conocimiento. Desde la creación del cinematógrafo, ningún cineasta y/o cinéfilo ha tenido la disponibilidad a material teórico, análitico y fílmico como en nuestros días, aspecto sustancial para el progreso del arte cinematográfico -alcanzado por ciertos cineastas pertenecientes al “oscurantismo” del cine por parte de la crítica-masa, “académicos” y la mal llamada “industria”-. ¿Qué ha “trascendido” hoy? El implacable rodillo del desarrollo consumista -curiosamente casado con las tendencias “snobistas”- que no solo a depauperado los productos industriales, sino también a eso que me cuesta llamar “cine de arte”- una de esas convenciones cursis y vulgares harto extendidas-.
El arte no consiste en supercherías, modelos publicitarios o cubrir cupos académicos/convencionalistas, tanto los clasicistas como los pedantes y pomposos de un supuesto “cine de autor” impostado y delimitado por reglas de pretensión, es decir, falsificación del ideal de verdad. Esto es el pecado pequeño-burgués del uso mercantilista de la difusión y propagación del arte fílmico. Por supuesto, y muy a pesar mío, es lo que le ocurre a Sidonie au Japon.
El film de Élise Girard vagabundea entre el humor estúpido, un conjunto de postales minimalistas de revista japonesa de interiores y paisajes, un ensamblaje narrativo endeble y una historia manida. Lo que más me molestó, según avanzaba la proyección, era la incesante sucesión de imágenes, estilos, “puesta en escena” saqueada y no refundada de cineastas de la talla de Ozu, Alain Resnais, Apichatpong Weerasethakul, Robert Bresson o Chantal Akerman. ¿Qué tipo de estas imágenes pueden invitar a la reflexión si no es a un “espectador”/”crítico” que desconoce la preexistencia de dicho corpus? Recientemente pude ver una entrevista a M. Night Shyamalan, al que le preguntaban sobre su reciente descubrimiento de Robert Bresson, y que hablaba del genio francés como un completo nobel. Este ejemplo es paralelo a una confesión de Christopher Nolan sobre su completo desconocimiento de quién era Andréi Tarkovsky hasta 2011. Vivimos en esa polaridad extrema de directores que no tienen empaque de legado cinematográfico u otros que son conscientes de ello, pero que no lo impregnan como base de su visión sino como imitación vulgar.
Sidonie au Japon es un compendio del intento de emular un romance similar a Hiroshima Mon Amour con la sobriedad estilística de Ozu, la fantasía poética y finamente jocosa de Apichatpong y el alivio cómico de los telefilmes de sobremesa. ¿Podía salir algo bien de esto?
El que para mí es el peor elemento del film es el apartado de diálogos y su inoperancia en cuanto a la armonía narrativa. Los dos personajes fundamentales, de partida, se les define como escritores, personas cultas, refinadas y pertenecientes a los círculos de la intelectualidad francesa- más especialmente en el caso del personaje interpretado por Isabelle Huppert-. En cambio, las conversaciones, las reflexiones, etc que realizan e intercambian son de una pobreza poética e intelectual pasmosas, carentes de madurez y elegancia. La comparación con el guión sólido, refinado y poético de Marguerite Duras en Hiroshima Mon Amour es demasiado odiosa…
Sidonie viaja a Japón para promocionar su nuevo best-seller. A pesar de todas las atenciones de su editor japonés, con el que va descubriendo los encantos y misterios del país, Sidonie se siente perdida, sin rumbo… Y las cosas no mejoran cuando empieza a visitarla el fantasma de su marido, desaparecido años atrás.
Sidonie au Japón me ha servido para intentar realizar un análisis más profundo del estado actual del cine, del cual percibo falto de personalidad, sinceridad y compromiso artístico. Decía Jean-Luc Godard que él veía una gran cantidad de personas queriendo ser directores de cine, pero no tantos queriendo ser cineastas y razón no le podía faltar. El arte cinematográfico, al igual que todo arte, requiere de un compromiso y sacrificio vital, emocional, intelectual, moral e incluso político que una sociedad nacida y desarrollada en base a criterios comerciales, industriales, de prestigio de masas, y destinada a crear soldados en los sectores “culturales”, cuya tarea es seguir formando parte de la satisfacción de demandas del consumidor, intentará socavar el espíritu libre de todo artista venidero que rete y ponga en duda la configuración burguesa del sistema. Se vienen tiempos fríos y oscuros para todo aquel dispuesto a cambiar el paradigma dominante, a pesar de la esperanza y gozosa melancolía que tienen que hacernos sentir todos aquellos irreverentes que consiguieron ser ellos mismos su obra y legado artístico; cineastas como Eisenstein, Griffith, Welles, Parajonov, Buñuel, Cassavetes, Bresson, Tarkovsky, Pasolini, Godard, Herzog o Kiarostami son los que deben dar fuerza a los cineastas del presente y del futuro.