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Fernando Trueba es uno de los tótems del cine español. Su carrera es un viaje por la evolución de la filmografía de nuestro país, alcanzando su máxima repercusión con el Óscar de Hollywood por Belle Époque. El director madrileño es un auteur en busca de nuevos caminos, siempre explorando dentro de sus filias y alejándose de los encargos, siendo un realizador con enjundia y estilo propios, diseminando su personalidad en los diferentes proyectos que aborda. Two Much, El sueño del mono loco, La niña de tus ojos y Chico y Rita dan buena cuenta de una filmografía ecléctica y heterodoxa, pero coherente con una carrera arriesgada.
Con Isla Perdida tenemos el regreso a la ficción del cineasta madrileño que, tras la mezcla de formatos que supuso Dispararon al pianista, se acerca al género de suspense en una historia de pocos personajes que conviven en un ambiente paradisíaco que enmascara una oscura verdad. Un tema muy lynchiano que, por otra parte, Trueba trata desde un punto de vista bastante clásico, jugándolo todo a su pareja protagonista: Matt Dillon y Aída Folch.
El actor americano se encuentra en su punto más bajo como estrella de Hollywood; lejos quedan sus inicios con Francis Ford Coppola, éxitos de público como Algo pasa con Mary o su Óscar por Crash. Es un intérprete con cierto magnetismo, dotado para la comedia, que no ha sabido encontrar una carrera homogénea. En esta ocasión interpreta a Max, un cocinero y dueño de un restaurante sin más aspiraciones que vivir el día a día y olvidar su vida pasada. ¿Qué hay tras esos ojos? Un interrogante que Dillon utiliza para intentar transmitir poco al público, siendo un personaje que no emite juicio alguno y se distancia mucho de las personas a nivel afectivo. ¡Ni siquiera cuando tiene un tórrido romance con la bellísima Aída Folch puede evitar romper esa máscara!
La actriz catalana, por otra parte, interpreta el lado emocional y es quien cuenta la historia a los espectadores, siendo la mayoría de la escena más veraz que su compañero de reparto. Aunque a veces peque de ese temperamento tan Sofía Loren que nos atribuyen en el extranjero.
Los ecos de la edad dorada de Hollywood están ahí. Hitchcock o el mejor Fritz Lang dejan entreverse en tan bello paraje. Teniendo un arranque y un desarrollo más a la europea, tomándose con calma en la cama evolución de sus pocos personajes, algo que puede sacar de quicio al espectador que necesite más enjundia narrativa o, dicho de otra manera, más acción o golpes de efecto. Trueba trabaja el minimalismo en la trama y en la puesta en escena, sin que ningún elemento sobresalga. Siendo una película bastante apacible que en su último acto es cuando sacude al espectador al surgir el lado oscuro de los protagonistas con un sobresalto tras otro.
Resultado irregular para la exigencia de un cineasta de tal calibre. Un trabajo de encargo que no estimula al espectador medio, teniendo calidad y factura, pero no acertado en potenciar sus virtudes que son el misterio y el romance.