4 Butacas de 5
Este viernes 9 de agosto se estrena en España El conde de Montecristo (2024), la nueva adaptación a la gran pantalla del clásico de Alejandro Dumas, en manos de los franceses Matthieu Delaporte y Alexandre de La Patellière (Lo mejor está por llegar, El nombre). Una película en que sus directores no dudan en extenderse el tiempo necesario para contar su historia de la mejor manera, con un Pierre Niney protagónico de Óscar y una construcción del drama sensacional.
En el momento en que va a ser ascendido y está a punto de casarse con Mercedes (Anaïs Demoustier), el amor de su vida, el joven Dantès (Pierre Niney) despierta celos en varios frentes que acaban por traicionarlo. Acusado de conspiración y encarcelado sin juicio, consigue escapar catorce años después tras una gran instrucción secreta de su compañero de celda Abbé Faria (Pierfrancesco Favino), para hacerse con el cuantioso tesoro de la isla de Montecristo. Con una gran fortuna en su poder, Dantès adopta distintas personalidades para encandilar a sus traidores, ahora altos cargos adinerados, y poder ejecutar su venganza.
El conde de Montecristo es, ante todo, una enorme película de aventuras al estilo Ben-Hur (1959) con un profundo drama alrededor de su personaje, que se ve envuelto en una serie de infortunios que trastocan su vida tal y como la conocía (muy similar a la película de Wyler). La traición y consecutiva firmeza en su venganza tienen un punto shakesperiano importante (recuerda directamente al inglés la escena en que el conde cuenta una truculenta historia durante la cena que arranca las caretas de sus traidores).
Es esta conjunción entre aventura épica y drama humano más profundo lo que hace de la película francesa —el libro de Dumas precede, lógicamente— una obra para tener en cuenta, pues sus temas y tonos convergen con tanta naturalidad que logra introducirse —y recíprocamente introducirnos— en la mente para apresarla hasta su conclusión. Tres horas de duración que desafían el tiempo haciendo parecer la mitad por la solvencia de unos directores completamente entregados en su labor de actualizar en el medio cinematográfico el clásico literario francés.
Uno de los elementos más importantes en El conde de Montecristo es sin duda el propio Dantès, pues articula toda la historia siendo el centro del drama. Por eso Pierre Niney es uno de los mayores aciertos de la película. Una actuación mediocre con el gran peso que recae en el papel protagonista sería sentenciar el conjunto, aunque el resto de los ámbitos fuesen notables. El francés se arma de coraje y construye un personaje poliédrico y profundo, con una interpretación que, de ocupar lugar en una producción estadounidense, obtendría al menos la nominación a los premios de la Academia.
Aventura y drama cohesionan una película disfrutable sin necesidad de leer la novela original. Insisto en que el metraje no debe condicionar a priori, pues el dinamismo y fuerza de su narración conducen a un gozoso lugar en que el tiempo no existe.