3 Butacas de 5
Dogman es la nueva propuesta de Luc Besson. El realizador galo compone, sin mucha originalidad, una obra con una curiosa premisa. La película parece esconder mucho más de lo que ofrece, pues su mayor virtud es la de su protagonista: la supervivencia. Cuando todo parece acabado, cuando la historia no tiene más recorrido, aparece algo que consigue atrapar al espectador. Quizá esa sea la virtud de Dogman, nunca darse por vencido.
La historia sigue las peripecias de un chico con poca fortuna, vapuleado por su propia familia y que encuentra en los perros su único refugio. Dogman es una historia sobre la identidad. Narra las transformaciones (literal y figuradamente) que sufre el protagonista para sobrevivir.
Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, Luc Besson introduce otros temas que no pegan ni con cola como la experiencia religiosa o la presencia de un personaje femenino cuyo único objetivo es sacar información del protagonista y a la que se le trata de dar más importancia de la que realmente tiene.
De eso trata Dogman, de engrandecer cosas demasiado pequeñas. De querer crear un producto demasiado pretencioso y en el que hay corazón suficiente como para hacer algo más íntimo. Ahí es donde brilla la cinta, en los momentos donde se puede ver al protagonista disfrutar de lo que hace.
Su protagonista, Caleb Landry Jones, es la película. Devora la pantalla y atrapa con su enigmática mirada. Su perspectiva del personaje engrandece la obra y brinda una gran interpretación. Cuando se trata de personajes aparentemente desequilibrados, los actores suelen tender a la “jokerización”, sin embargo, Caleb Landry Jones equilibra todos los extremos para dibujar un personaje cargado de aristas.
Dogman es una película entretenida, sabe encontrar sus puntos fuertes. Sin embargo, se pierde en su osadia y desemboca en un final poco satisfactorio y pretencioso. A veces parecía que Luc Besson únicamente se había dado cuenta en perro (dog en inglés) al revés es Dios (God en inglés).