2 Butacas de 5
Este jueves 25 de julio se estrena en España El buen italiano (2023), la nueva película dirigida por Edoardo De Angelis (La vida mentirosa de los adultos, Maradona: Sueño bendito). La cinta se sirve de un episodio real del ejército italiano en la segunda guerra mundial, para proclamar un discurso tremendamente nacionalista y desfasado; incluso un lavado de cara de la Italia de Mussolini, bajo la capciosa idea —en este caso concreto— de la humanidad y hermandad entre pueblos.
En 1940, al comienzo de la Segunda Guerra Mundial, Salvatore Todaro (Pierfrancesco Favino) está al mando del submarino Cappellini de la Marina Real Italiana. Mientras los italianos navegan por el Atlántico se topan con un barco belga que arremete a cañonazos contra ellos. Todaro termina hundiendo al enemigo, pero tiempo después los náufragos acuden buscando ayuda de los vencedores…
El buen italiano atiende al concreto epígrafe del cine bélico referido a películas cuya acción transcurre en un submarino. Una cinta de nicho, que a priori puede plantearse interesante. No obstante, el transcurso del metraje incrementa progresivamente la falta de interés y banalidad de la —escasa— acción en pantalla. No es hasta entrada la segunda hora de la película (dura 120 minutos), y tras una serie de fruslerías, que se plantea el dilema central que se supone intenta retratar De Angelis.
Desde el principio el director se empeña en proclamar e intensificar un nacionalismo rancio en época de Mussolini, construyendo una épica y coraje alrededor de sus personajes que se siente fuera de lugar. Una especie de “no somos tan malos” (como en la escena en que el comandante baraja si ayudar o no a los náufragos belgas y un marinero le dice que los nazis no lo hacen, entonces procede a extenderles la mano en un sutil gesto de “no somos lo mismo” …). En el momento del conflicto clave, se trata de eliminar de sus personajes toda la capa política, como si eso fuera del todo posible de cara a un juicio externo.
Lejos de esta visión política algo desfasada, a nivel narrativo cobra vigor en su segunda mitad (último tercio, sobre todo), con algunos momentos de acción bélica reseñables, y la que para mí se lleva la palma: cuando los belgas enseñan a los italianos a cocinar patatas fritas. La puesta en escena se siente artificiosa por momentos, como si fuera un videoclip, y la recurrente voz en off epistolar y poética resulta pedante en su afán por describir cada situación.
Si se busca una buena película de submarinos, no creo que El buen italiano vaya a satisfacer a mucha gente. Es rancia, algo efectista y tarda en arrancar. Aun así, tiene algunas secuencias rescatables y unas interpretaciones, sobre todo de su protagonista y comandante Pierfrancesco Favino, muy favorables para el conjunto.