'El Barco del Amor': cuando zarpa el amor, es mejor ponerse manguitos

'El Barco del Amor': cuando zarpa el amor, es mejor ponerse manguitos

3’5 Butacas de 5

El barco del amor se estrena el 17 de julio en España. Está dirigida, escrita e interpretada por Bruno Podalydès.

La película nos presenta a Justine, su marido y su círculo de amigos, unidos por una buena razón: el dinero que se deben entre ellos. La pandilla encuentra una solución a sus problemas financieros organizando un falso crucero romántico para saldar todas sus deudas. El objetivo es Franck: un señor francés empeñado en seducir al mundo y gastar dinero. Lo que sigue es un fin de semana absolutamente kafkiano.

El barco del amor es una sorpresa. Bruno Podalydès consigue crear una mezcla entre el drama existencial y la comedia slapstick. Dialoga entre la soledad que experimentan los protagonistas y la compañía, a veces forzada, a veces romántica, que se hacen mutuamente dentro del barco. La película no es lo que parece, empezando por el título, que ya me pareció un poco hortera al principio. Pero lo que esperaba ver se convirtió, de manera inesperada, en algo diferente.

La película junta a un buen puñado de chiflados. Los actores protagonistas, así como el elenco de secundarios, están despampanantes en sus papeles. Antes de que te des cuenta, ya los conoces a todos, sabes sus secretos, sus ambiciones y de qué pie cojean. Cada uno cuenta su pequeña historia, y todos son esenciales para que la película funcione como un reloj suizo.

Cada vez que el barco se detiene, ocurre algo. Y cada vez que el barco zarpa, rara vez lo hace en calma. Lo importante es que consigue engancharte durante el viaje. La película se me hizo corta, y eso me parece una cualidad excelente.

Para quien quiera disfrutar de una comedia ligera y con sustancia, me parece difícil, a estas alturas del verano, encontrar una película más apropiada que El barco del amor. Es una peli eficaz y eficiente, con carisma, pocos minutos y muchas cosas que contar. Aunque puede despistar en los primeros instantes –cuando la acción transcurre fuera del barco–, una vez que el crucero echa a navegar, créeme, no hay ancla ni amarre que lo detenga.

En resumen, Bruno Podalydès me da lo que necesito: una experiencia veraniega, cortita pero placentera. Y ya sabemos que esas son las mejores.