4 Butacas de 5
Si nos preguntasen lo que nos gustaría hacer antes de morir la lista sería interminable. Sin embargo, si tan solo nos diesen a escoger una cosa, si nuestro último suspiro tuviese que darse tras haber cumplido ese deseo, tengo claro que la elección sería mucho más concreta. Volveríamos a aquello que un día nos hizo felices, aquello con lo que aprendimos a querer, aquello que nos revolvió en lo más profundo. Sin duda, volveríamos a aquello que, por primera vez, nos hizo sentirnos humanos.
Un lugar tranquilo: Día 1 utiliza un escenario postapocalíptico para reflexionar sobre conceptos existencialistas y, ciertamente, esperanzadores. La película se aprovecha del universo de Un lugar tranquilo, donde una especie alienígena sensible al ruido invade la tierra, para contar una historia humana y llena de emoción. Michael Sarnoski imprime su estilo a una obra donde los protagonistas están sobresalientes.
Lupita Nyong’o y Joseph Quinn cargan con el peso emocional de un guion al que no le hace falta dialogar para conectar con el espectador. Bastan las miradas, los gestos, la angustia de unos personajes que, pese a estar sobrepasados por la situación, logran mostrar una lucidez apabullante. Los detalles importan y el matiz humano aflora en todas y cada una de las escenas.
La película se vale de los conceptos del género para mantener la tensión y la amenaza en todo momento, para darles una excusa a los personajes, un motivo que los arrastre hasta lo más profundo de su ser. Allí donde descansan todas esas cosas que verdaderamente importan pero que a las que no se les suele prestar atención. Escuchar una canción, comer una pizza, un simple truco de magia o un compañero puede ser mucho más de lo que alguien necesita en una situación tan delicada como la que se vive en esta cinta.
Un lugar tranquilo: Día 1 es la película que nadie pidió pero que todo el mundo necesita. Una invitación a reflexionar sobre nosotros mismos. Una oportunidad para no dejar de disfrutar de las cosas que nos hacen felices en el presente. Porque parece ser que solo nos acordamos de lo que somos cuando estamos a punto de perderlo. Cuando los márgenes de un mundo sobresaturado y en el que no da tiempo a pensar se vienen abajo y dan lugar al silencio.