3 Butacas de 5
Shayda es una película iraní dirigida por Noora Niasari. Es su primera peli como directora y guionista. La trama aborda la realidad de una complicada separación, en la que la figura de un marido violento y tradicional aterroriza a la protagonista y entorpece su proceso de duelo tras la ruptura. Entre medias, la hija de 6 años de este matrimonio sufre las consecuencias de una familia rota. La película destaca por su crítica a los valores sociales profundamente patriarcales y religiosos de la sociedad iraní.
Noora Niasari dibuja una película de costumbres. Narra la tradición iraní a través del folclore nacional y los valores arraigados en la sociedad. Muestra celebraciones como el Año Nuevo iraní (el Nouruz), comidas típicas y canciones en persa, y las contrapone a aquellos comportamientos naturalizados que coartan la libertad de sus protagonistas. Shayda retrata con maestría una cultura llena de claroscuros.
El refugio donde vive la protagonista es un auténtico oasis frente a la hostilidad de la calle. Su marido deambula por la ciudad con una cámara, y los viejos conocidos de la pareja no pueden saber dónde viven ella y las otras mujeres maltratadas. La película es un drama social con tintes melodramáticos. A veces roza el thriller, sostenido por la clandestinidad de la situación de las protagonistas. Los momentos de sororidad son quizá lo más destacado del filme.
Pero, ¿qué aleja a Shayda del sobresaliente?
Yo diría que algunas decisiones narrativas deliberadas. El ritmo es pausado, a veces estático. Resulta difícil seguir el hilo, si es que lo hay. No hay mucha diferencia entre cómo empieza la película y cómo acaba; probablemente porque la directora y guionista no busca dar una solución al conflicto, sino mostrar (que no es poco) una realidad incómoda, triste y de difícil solución.
La película es una postal de momentos entre una madre y una hija, de relatos orales de las vivencias de cada habitante de la casa. Pero, por otro lado (y con esto no quiero restar importancia a la historia que nos cuenta Shayda), todo lo que se ve y se oye tiene ecos de algo que ya hemos visto. ¿Conoces la sensación de saber qué va a pasar en la siguiente escena? Los pequeños giros, los momentos viscerales e incluso el clímax de la película me dejan con la sensación de haberme tomado un café descafeinado.
Shayda se deja ver, aunque no esconde grandes sorpresas. Es necesaria por su carácter social, pero no tanto por su narrativa. Es dura, aunque el “pelómetro” de mi brazo, que suele activarse con bastante ligereza, se quedó dormido esta vez.
¿Volvería a ver Shayda? Lo más honesto sería decirte que no lo sé. A veces uno no tiene las respuestas que necesita. Pero puedo decirte una cosa: a pesar de sus altibajos, el mensaje de Noora Niasari merece ser escuchado.