'Green Border': un crudísimo alegato contra la falta de humanidad en las fronteras

'Green Border': un crudísimo alegato contra la falta de humanidad en las fronteras

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La realizadora polaca Agnieszka Holland (Europa, Europa; El jardín secreto) se atreve a exponer, señalando a los culpables, la falta de humanidad que se vive en la frontera entre Polonia y Bielorrusia a través de una asfixiante imagen en blanco y negro. Una película que se centra en este conflicto particular, pero sirve por extensión como denuncia por el resto de las poblaciones que viven en opresión: una cuestión muy de actualidad.

Green Border trata a través de tres puntos de vista distintos el conflicto migratorio que sucede en la frontera boscosa que separa Polonia de Bielorrusia. Una familia siria huye de su país, pensando que el acceso a Europa será fácil, pero al llegar a Bielorrusia se da cuenta de que ha caído en una crisis geopolítica orquestada por el dictador Lukashenko en la que servirá de peón político para provocar a la UE.

De entrada, cabe decir que la película es realmente cruda y quizá no apta para todos los estómagos por su explícito retrato de la deshumanización. Tiene varias escenas demoledoras por el abuso de poder y falta de empatía militar. Puede que le falte algo de sutileza en ocasiones, pero, aun así, el sadismo funciona por su empleo bien medido y justificado por su búsqueda de representar el dolor en un conflicto que, está bien incidir, tiene víctimas y victimarios.

Los tres puntos de vista centrales de la narración —migrantes, activistas y militares— se presentan con la estructura típica capitular, que una vez introduce a sus personajes y conflictos en su individualidad, pasa a entrelazar sus tramas, pues todos son caras distintas de un mismo cubo. Esta visión diversificada de la barbarie, aunque lleva a un anticlímax constante inherente a esta forma de narrar, permite dibujar un plano más general e identificar los elementos que en ella operan.

La frontera verde, the green border, paradójicamente un bosque, un espacio natural y milenario amparo de la libertad, profanado por el humano para cercar a sus iguales; configura gran parte de la escenografía de la película, y sirve para retratar la guerra desde su nivel más inferior —respecto a responsabilidad y poder— y humano. Esta no es una película que desarrolle su conflicto desde el punto de vista burocrático. Lejos de eso, Green Border baja hasta el fango de la guerra oculta que expone, al lugar donde realmente se manifiestan los problemas.

En este contexto de violencia y suciedad, de sangre, perversión y precariedad, también cabe algo de optimismo que se agradece. La labor al pie del cañón del grupo activista y, sobre todo, el viaje moral del soldado polaco: aspectos que aportan profundidad a la cinta (a pesar de su forma efectista en algunos momentos) y permiten coger aire dentro de la vorágine de decadencia a la que nos somete.

Holland concibe una obra antibelicista por la vía de la crueldad explícita, que centra su acción en un conflicto particular y real, pero sirve como llamada a la razón respecto a la compleja situación geopolítica actual más allá de la green border. Una gran película a considerar.