'Iris': una divertida exploración de la vida íntima

'Iris': una divertida exploración de la vida íntima

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Con ‘Iris‘, Caroline Vignal quiere hablar de sexo, así que sería impropio andarse con tapujos en este momento. Vignal, que lo petó en Francia en 2020 con “Vacaciones contigo… y tu mujer” (tras un hiato de veinte años desde su ópera prima, “Les autres filles”), está de vuelta. Esta vez tras cuatro años. Y el resultado es, para mi gusto, bastante placentero, rozando lo orgásmico en algunos momentos.

Para empezar, la visión de la directora francesa y de la guionista, Noémie de Lapparent, está cargada de singularidad, lo que sin duda es una impronta divina. Cuando se trata de hablar de sexo, y más aún cuando hablamos del cuerpo femenino, la mirada importa mucho. En el caso de “Iris”, Vignal y De Lapparent dan voz al placer sexual femenino, que impulsa la acción de los personajes desde el primer instante de la película.

Iris, interpretada por la actriz Laure Calamy, es una mujer que, a pesar de tener una vida tranquila y asentada, dos hijas y una clínica dental (y qué clínica: ¡no hay gente en París para tanto empaste!), atraviesa una crisis de deseo y placer sexual con su esposo, interpretado por Vincent Elbaz. Llevan, y agárrense que vienen curvas, cuatro años de vacío en lo que al sexo se refiere.

Iris” es, por vocación, una exploración de la vida íntima y emocional de una mujer en sus cuarenta y tantos, que lidia entre la perimenopausia y la agridulce mezcla de amor y falta de pasión que existe en su relación. Suena trágico; pero es, en realidad, toda la premisa que Vignal necesita para hacer reír. Y la risa, dicen, está hecha del mismo material que el orgasmo. No es moco de pavo.

Laure Calamy arrolla en su papel de Iris. Es todo sonrisas, todo encanto. Su esposo, Vincent Elbaz, es su contraparte seria. Pero nunca es presentado como víctima de la protagonista. 

La comedia no llega a ser burda ni el drama exagerado, aunque la premisa apunte a maneras. Si se es de aquellos que descartan la película tras ojear su sinopsis, puede que tomen la decisión equivocada al descartar esta, porque esconde más de lo que muestra a primera vista.

“Iris” pone en primer plano el deseo, la monotonía y la liberalización de la pareja dentro de unos acuerdos consensuados y sostenidos en el tiempo. Esa es la teoría. Pero el viaje de Iris va mucho más allá. Tanto por la integración en escena de los mensajes de Tinder, sincopados con maestría, como por el catálogo común de momentos incómodos que todos (de primera o segunda mano) conocemos de las citas por internet, cada vez que Iris tiene una nueva cita, nosotros la tenemos (y sufrimos) con ella.

Sin embargo, puedo reprocharle una atención inconsistente a las cuestiones del consentimiento y la madurez sexual que la propia película decide abrir, pero que es demasiado tímida para abordar. Habla del «no es no», pero con una ligera tendencia al «pero ¿y si en realidad “no” significa “sí”?» que, en mi opinión, es meterse en un berenjenal innecesario dado el tono que Vignal da a la película en sus dos primeros tercios.

¿Merece la pena ver “Iris”? Por Laure Calamy, mi respuesta es sí. Dado que no es habitual encontrar carcajadas unánimes y recordar uno o dos gags brillantes al salir del cine, mi respuesta es de nuevo sí. Y por la escena (los que hayan visto “Iris” la recordarán) que nos pilla por sorpresa y muda de golpe y porrazo la película a otro género, mi respuesta es, por supuesto, sí.

La conclusión es mía, pero la decisión es toda suya.