'Un año difícil': la comedia romántica mejor que el contenido político

'Un año difícil': la comedia romántica mejor que el contenido político

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Los inseparables directores franceses Olivier Nakache y Eric Toledano, reconocidos, sobre todo, por la ganadora del Goya a mejor película europea Intocable (2011), confeccionan esta vez una película que podría parecer a priori un drama social al estilo Ken Loach pero que, aunque tiene parte dramática, es fundamentalmente una comedia con romance y un marcado —aunque superficial— contenido político.

Albert (Pio Marmaï) y Bruno (Jonathan Cohen), son compradores compulsivos hasta las cejas de deudas que, mientras tratan de solventar sus problemas económicos, se unen a un grupo activista medioambiental liderado por Cactus (Noémie Merlant), para intentar aprovecharse de sus actividades.

El punto fuerte de Un año difícil es la comedia realmente certera que maneja, más que su contenido político superficial: da la sensación de que la película pone en la mira a la organización activista queriendo desplegar un potente mensaje, pero no queda más que en un vehículo egoísta para sus protagonistas y el propio humor, que suprime su potencial profundidad.

Hay gags muy inteligentes en el ámbito de la sátira y la ironía (en concreto) fruto, sobre todo, de la conjunción de un brillante trabajo de diálogos en el guion, y su ejecución en la pantalla de la mano del carismático dúo protagonista: Marmaï y Cohen; que congenia muy bien a su vez con una Noémie Merlant —AKA Cactus—, líder de un grupo de ecologistas con ridículos apodos (gag recurrente que acentúa la sátira política).

La conciencia medioambiental —aunque como he dicho sea realmente secundaria— está presente constantemente en la película, a través de las actividades y discursos de la organización, de forma que se da visibilidad a una problemática actual en boca de los distintos sectores políticos internacionales. Un tema siempre candente y punzante, que es interesante representar en la pantalla para observar sus dispares reacciones.

Aunque no queda muy claro a nivel más global —y político— cuál es la enseñanza de los directores, la moraleja individual es clara y alude a la sinceridad y honestidad por encima de todo. Una resolución recurrente pero efectiva, que suele levantar los ánimos, y más si su clímax se acompaña con un número de baile tan entrañable como el de esta película: para salir del cine con una sonrisa.