3’5 Butacas de 5
Rose Glass percute sobre la obsesión y las adicciones en su nueva película, Sangre en los labios. Tras Saint Maud (2019), la joven directora británica regresa a la gran pantalla a través de una historia de amor poco convencional cargada de sexo, drogas, dinero, sangre, músculos y armas. Una cinta frenética y gamberra que huye del tono intimista de su propuesta anterior.
Sangre en los labios sigue la historia de un par de mujeres solitarias que el destino decide juntar. Jackie, decidida a triunfar como culturista, se dirige a Las Vegas para participar en una competición. En su camino, pasa por un pequeño pueblo de Nuevo México donde conoce a Lou, la solitaria gerente del gimnasio local. Jackie y Lou se enamoran. Pero su relación provoca violencia y ambas se ven inmersas en las maquinaciones de la familia de Lou.
El trabajo de Kristen Stewart es notable y carga sobre sus hombros la película. Su compañera de ruta, Katy O’Bryan no se queda atrás, pero su personaje no le permite tanta libertad interpretativa. Ambas construyen una relación tóxica cargada de esteroides, sexo y pasión desenfrenada que crecerá hasta estallar de forma estrepitosa.
Sangre en los labios incide en todo momento sobre las adicciones, toda la película está repleta de gente adicta a algo, ya sea el amor, las drogas, el dinero, las armas, el gimnasio. De hecho, la propia película actúa como una droga en sí misma, comienza con ciertos prejuicios, consigue que el espectador la pruebe y se divierte y termina por tener unas consecuencias catastróficas. La puesta en escena de la cinta es inteligente y estimulante. Colores, formas y movimientos, todo gira en torno al mismo eje.
La película es muy entretenida y sabrá hacerse un hueco entre el público, sin embargo, puede que su desenlace, algo apresurado y tosco, deje con mal sabor de boca a alguno. Sangre en los labios es todo un viaje, una película que garantiza el entretenimiento y que muestra el catálogo completo de adicciones y relaciones tóxicas.