3 Butacas sobre 5
Cuando un fenómeno cómico pega fuerte, lo hace mucho. En 2017 nos regalaba Álex de la Iglesia su divertida y corrosiva versión de Perfectos Desconocidos, basada en la película italiana de 2016. Y ahora de hoy, si nos ponemos a sumar, tenemos también versión francesa, mexicana, turca, griega, turca e incluso coreana. En tan sólo 3 años, todo un récord para la poca originalidad existente en el panorama actual.
Llegamos a esto porque Si yo fuera rico, película dirigida por Álvaro Fernández Armero, llega a las pantallas como remake español de la versión francesa de 2002. Y quién sabe, quizás llegue a convertirse en otro bombazo con el que se obsesione cada país. Por lo menos somos los segundos.
La cinta nos mete de lleno en la vida de Santi, un joven que parece haber destrozado su matrimonio y se ve obligado convivir con su mujer hasta que se lleve a cabo el divorcio. Para colmo, mientras él ve como su vida se desmorona, sin mujer y sin empleo, su mujer por el contrario para haber encontrado un buen trabajo y a un nuevo hombre. Pero la vida son vaivenes y cuando de repente se vuelve multimillonario y descubre que tendría que dar la mitad a su exmujer, tendrá que ingeniárselas para que no se entere.
A partir de este punto se desarrolla una cinta entretenida, que supera el nivel habitual del panorama cómico español; naturalmente dentro de lo que pretende. No estamos ante ninguna sátira ni crítica ácida de la sociedad, pero sí ante un producto que sabe jugar bien sus cartas y que, ante todo, ofrece al espectador lo que espera. Ni más ni menos. No podemos esperar en una película de este tipo tremendos arcos narrativos de personajes ni evolución de los mismos -más allá de la tópica-, pero la cinta sabe desenvolverse en un entorno cómico, aunque en el fondo el retrato de un hombre que se ve obligado a ocultar un secreto a familiares y amigos sea dramático. Es un reflejo de que el dinero no da la felicidad, y menos aún si no la puedes compartir, de que los verdaderos amigos siempre estarán ahí y de que las mentiras nunca conducen a buen destino.